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DOS MINUTOS

Una sola apuesta: su vida

Jesús vino al mundo como Salvador. No vino a condenarme, vino a salvarme. Aquella persona que lo acepta, mediante la fe, no será condenada

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Luis García DubusSanto Domingo

“Que venga el reo por aquí,” dijo un guardia señalando un pasillo, y otro guardia me condujo a mí por dicho pasillo. Yo era “el reo”. Estaba en un tribunal del Palacio de Justicia. Había tenido un accidente, y “la otra parte” me había acusado de ser culpable de causarlo. Nunca olvidaré esa ocasión, aunque han pasado muchos años. Estaba siendo juzgado por un tribunal, y dependía de la sentencia de un juez para quedar preso o irme para mi casa. Recuerdo cuando habló mi abogado defensor. Dijo tantas cosas buenas de mí que sentí que yo era un santo, el hombre más inocente del mundo. Luego habló el fiscal, refutándolo todo, y yo empecé a dudar de mi propia inocencia. ¡Terrible! Hasta que terminó diciendo que, de todas maneras, estaba de acuerdo con el abogado defensor y que yo debía ser descargado. A mí “me volvió el alma al cuerpo”. Pero le puedo asegurar que ser sometido a un juicio como ese es una experiencia nada agradable. Por eso, cada vez que oía hablar del juicio final, me recordaba de aquella situación y prefería pensar en otra cosa. Dice el Señor en ese evangelio que el que cree en Él no será juzgado. En cambio, añade: “El que no cree, ya está juzgado, por no haber creído en el hijo único de Dios”. Y entendí que Jesús vino al mundo como Salvador. No vino a juzgarme, vino a salvarme. Se entiende “juzgar” en el sentido de “condenar”. Aquella persona que lo acepta, mediante la fe, como quien en realidad es, no será condenada. ¡Esa es nuestra garantía! ¡Él es nuestro Salvador, no nuestro policía ni nuestro juez! San Pablo afirma esto claramente en Efesios 2,8-10: “Porque ya están salvados mediante la fe. Y no se debe a ustedes, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya, creados por medio del Mesías Jesús para hacer el bien que Dios nos asignó de antemano como línea de conducta”. “Esto es demasiada bondad”, dirá usted. “¿Cómo es posible que Dios sea así? ¿Cómo es posible que Dios me quiera a mí tal como soy, y solo me pida que crea en su Hijo?”. La única explicación humana podría ser que una madre quiere más a su hijo enfermo. Es el único amor comparable al amor de Dios por personas llenas de errores como usted y como yo. Lo dice también el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo único, para todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. ¿Qué le parece? ¿Daría usted la vida de un hijo para salvar a alguien? ¿Un hijo único? La pregunta de hoy¿Cómo aumentar mi fe? “Señor, auméntame la fe”. Esta es una frase de los apóstoles que hago mía, ya que sé que es un don y que yo solo no puedo aumentarla. También hago mía estas frases del brillante matemático Blaise Pascal: “Si apostamos por la fe y ganamos, ganamos todo. Si perdemos, no perdemos nada”. Y esta última: “Solo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen”.

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