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DOS MINUTOS

Sí o no a Trujillo

San Francisco de Sales y Santa Teresita de Lisieux resumen cómo decir sí a Dios: sencillamente es asumir una actitud de abandono y gratitud

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Luis García DubusSanto Domingo

Un hombre está parado frente a un letrero en una iglesia. El letrero dice: “Cristo está vivo”. Aparece un sacerdote. El hombre se dirige al sacerdote y le pregunta: “Trujillo me mandó a llamar y tuve una entrevista con él hoy,” me dijo Alejandro Rodríguez muy confidencialmente, y ciertamente nervioso por lo que luego me contó. “El jefe me propuso -continuó Alejandro-, que yo fuera espía para él, y me aseguró que sería muy bien premiado por eso...”. -“¿Y qué contestaste...?”, pregunté yo, temiendo que hubiera aceptado. “Pues eso es precisamente lo que vengo a consultarte –me respondió – ¿qué hago…?”. Esa noche mi amigo Alejandro se fue tranquilo a dormir, decidido a llevarse de mí, y responder el día siguiente que estaba “sumamente agradecido por esa oportunidad,” pero que realmente él no servía para eso. No vi más a Alejandro. Mi “sabio” consejo le costó la vida. Por no aceptar la oferta, lo mataron y tiraron su cuerpo a la incineradora. Verdaderamente aquello era una oferta impositiva: exigía un sí. Sí o no a DiosEl evangelio de hoy (Lucas 1,26- 38) nos habla de una muchacha de unos catorce años que recibió de Dios una oferta. La propuesta no incluía beneficios materiales. Al contrario, esta oferta, aunque estupenda, era tremendamente comprometedora. Tampoco la iban a matar si decía que no. Al contrario, había la posibilidad de que, de aceptarla (de decir sí), ella fuera apedreada hasta la muerte, según la ley judía. La muchacha preguntó. Quería entender bien. Y luego, hubo un corto silencio. Dice un autor llamado Cabodevilla, que mientras la muchacha pensaba qué repuesta iba a dar, “el tiempo se detuvo, la historia se quedó en suspenso”. Y luego dijo sí. O mejor, dijo hágase. Y desde entonces “todas las generaciones la han llamado bienaventurada, feliz, dichosa”. Es asombroso que una muchacha pudiera decir a Dios sí o no, pero así fue, y así sigue siendo. A ella, le ofreció ser su madre; a usted y a mí nos ofrece ser sus hijos y sus amigos. Y es sorprendente que usted y yo tengamos el poder de decir sí y de decir no, a la oferta de amistad que nos hace Dios, en este preciso momento de nuestra vida. Pero esto demuestra cuánto Dios respeta nuestra libertad. Para todo aquel que acepta la oferta de amistad de Dios, él hace una promesa: “Yo seré para él un Padre, y él será para mí un hijo” (2a Samuel 7,14). Y esta promesa será para ese hijo garantía de su integridad, de su esperanza y de su paz. La pregunta de hoy ¿Qué significa decir sí a Dios? Tanto San Francisco de Sales como Santa Teresita de Lisieux resumen cómo decir sí a Dios: sencillamente es asumir una actitud de abandono y gratitud. Solo tiene que detenerse 5 minutos y revisar su vida. ¿En cuántas ocasiones descubre usted a Dios protegiéndolo, guiándolo, conduciéndolo en su vida por el camino hacia la felicidad como un verdadero amigo? “Toda la grandeza de este mundo no vale lo que vale un amigo”, expresó acertadamente Voltaire. Imagine usted ahora lo que vale la amistad con el Señor. San Basilio dice que es algo “que no se puede entender desde afuera”. ¿Desea usted entenderla desde adentro? Pues este es un momento propicio para empezar a saborearlo. Solo tiene que dejarse amar por Dios. Él se encargará del resto. Y créame: lo mejor que puede pasar es que se haga en usted la voluntad de Dios, porque Él lo ama a usted más de lo que usted se ama a sí mismo.

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