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REFLEXIÓN

“Velen, pues no saben cuándo Él vendrá”

Al inicio del capítulo, el evangelista describe una seria conversación de Jesús con varios discípulos, en el Monte de Los Olivos, sobre las señales apocalípticas del final de los tiempos: Jesús señala que vendrán falsos Cristos y Profetas que engañarán a muchos, que harán señales y prodigios para engañar si fuese posible aún a los escogidos; se levantará Nación contra Nación, Reino contra Reino; el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán; por su causa nos entregarán y nos azotarán delante de gobernadores y reyes y muchas otras señales. En los versículos de este evangelio, Jesús es categórico al decir que ni los ángeles, ni él mismo, sólo el Padre, es quien sabe el día y la hora. Entonces, las preguntas son: cuál día y cuál hora? Una es la respuesta: “cuando nos reclamen el alma” (Cf Lucas 11,20). En cualquier momento alguien: cónyuge, hijo, vecino, un extraño en el tránsito, nos va a reclamar el alma: hacer realidad la esencia de nuestro ser cristiano, lo que resume “la Ley y Los Profetas” (Cf Mateo 22,40) El Mandamiento del Amor: Es en su alma y en su corazón donde el hombre libra sus más grandes, terribles y trascendentales batallas, y donde es derrotado y sucumbe, o de donde emerge victorioso! En mi Cursillo de Cristiandad un rollista dijo “Dios te cubre la retaguardia pero te cierra la retirada”. El pasado mes, Rosanna y yo cumplimos Bodas de Plata. Como esposo y padre he librado batallas terribles cuando “me han reclamado el alma” y mi vida de gracia ha sido puesta a prueba. Sólo por la oración constante, al levantarme, al acostarme, a cualquier hora y, en especial, al recibir la Eucaristía, la Misericordia de Dios me ha sostenido y mi alma ha estado en paz porque la retirada que me cierra el Señor es una muestra de certeza y confianza al poner mi vida, mi matrimonio, mi familia y mis proyectos en sus manos. Es su invitación a mantener y defender mi fe, a no abandonar mi vocación y mi misión en la vida y a estar en vela para cuando alguien, cuando menos lo espere, me reclame el alma. ¿Estás listo? ¿De quién es tu alma? La vana ilusión de que somos mejores y hasta perfectos es lo que nos lleva a disfrutar tanto del chismorreo, de estar tan pendientes de los defectos y errores de los demás. Es como si al detallar los tropiezos ajenos nosotros tuviéramos un salvoconducto para nuestras propias faltas. Puede ser que una persona tenga claro en su perfil moral que matar es malo, sin embargo podría ser una asesina de palabras, al desestimular a alguien, por ejemplo, que quiere estudiar alguna carrera, solo porque lo considera ya muy “viejo”. Se trata de una escala de valores donde condenamos los grandes “pecados capitales” y obviamos los pequeños detalles de la cotidianidad, que es donde revelamos realmente lo que somos. Porque es como dice Alberto Cortez: “Los errores son tiestos que tirar a los demás; los aciertos son nuestros y jamás de los demás; cada paso un intento de pisar a los demás, cada vez más violento es el portazo a los demás”.

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