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DOS MINUTOS

El rey no habló de ningún sarcófago

Cuando ayudamos a un necesitado, lo hacemos con Jesús. No importa el tamaño de la ayuda, sino el tamaño del desinterés y la medida de amor

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Luis García DubusSanto Domingo

Hace un tiempo leí algo que, sinceramente, me dio risa. Apareció en LISTÍN DIARIO, en la página dos, y se refería a una noticia publicada hace 90 años acerca de la famosa artista Sarah Bernhardt. Dice así: “La divina Sarah viaja siempre en compañía de amigos aristócratas y artistas, llevando considerable material de trajes y accesorios. Además, no olvida llevar en el furgón con sus equipajes el magnífico sarcófago destinado a guardar sus restos en caso de que falleciera”. ¿Qué le parece? ¿Usted sabe lo que es que una persona de éxito –que se supone sea inteligente– crea que lo que ella necesita llevar a su examen final es un magnífico sarcófago? ¿Es que nunca nadie lo dijo que esto sería solo un magnífico cascarón para su propia miserable cáscara? Pobre muchacha esta Sarah. Seguramente estaba tan ocupada en llamar la atención, y tan mareada por los elogios de quienes la rodeaban (¡ups!, perdone) que nunca tuvo tiempo para enterarse de la buena noticia que nos revela el evangelio de este domingo. Aquí se manifiesta claramente cuál va a ser el temario del examen final y, por suerte, no había nada de sarcófagos magníficos. Habla de algo mucho más sencillo. Algo que usted y yo podemos hacer todos los días. Algo tan simple como darle un vaso de agua a alguien. Y esto del vaso de agua lo dijo el propio Rey del Universo. “Cualquiera que dé de beber un vaso de agua a ustedes por ser discípulos míos, no quedará sin su recompensa, se lo aseguro”. (Marcos 9, 41) En efecto, quien habla hoy es el Señor, el Rey, el Dueño de todo el Universo, y con toda autoridad y precisión nos da a usted y a mí una gran noticia. La noticia es que cada vez que usted y yo ayudamos desinteresadamente a un necesitado, lo hacemos con Él. No importa el tamaño de la ayuda. Lo que cuenta es el tamaño de desinterés, la medida de amor. Un vaso de agua dado con amor cuenta más que un millón de dólares donado por interés. El que hace lo primero “no quedará sin su recompensa”, en cambio el segundo “ya ha recibido su paga”. Y esto es lo bueno, porque ni usted ni yo podemos donar un millón de dólares. Posiblemente tampoco podamos comprarnos un “magnífico sarcófago”. Pero dice el Señor que en el temario del examen final solo contarán las veces que, con hechos prácticos, usted y yo mostramos compasión por alguien que necesitaba nuestra ayuda. El juicio último depende de mi obediencia concreta a Dios ahora mismo. Ya lo había dicho el mismo Rey y Señor: “Dichosos los que prestan ayuda, porque esos van a recibir ayuda” (Mateo 5, 7). El reino de Dios es un reino donde servir es reinar. La pregunta de hoy ¿Tengo que hacer algo extraordinario? Dicen que a San Luis Gonzaga le preguntaron un día, mientras estaba jugando, qué haría si supiese que en ese momento iba a morir. Y que el respondió: “Seguir jugando’’ Hacer lo que se debe, y poner amor en lo que hacemos y todo, bajo la amorosa mirada de Dios. Sencillamente.

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