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REFLEXIÓN

La vida futura

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Teresa Valentí BatlleSanto Domingo

El Evangelio de Lucas 20,27-38 nos narra el diálogo entre Jesús y los saduceos. Este grupo religioso no creía en la resurrección, ni en la vida futura. Le plantean a Jesús una historia extraña. Jesús les aclara que el Cielo no es como la Tierra, que allí no sirven nuestras leyes y que Dios, que es vida y Señor de la vida, nos dará una vida nueva. Viviremos con Él plenamente como hijos suyos. A bastantes de nosotros, sin ser saduceos, nos asaltan muchas dudas sobre lo que es morir y lo que es esa vida “en la otra orilla”. Nos falta, quizás, terminar de asumir la perspectiva de Jesús, como no tenemos pruebas evidentes de lo que existirá (necesitamos como Tomás, meter el dedo en la llaga para poder creer). Caminamos con una cierta angustia o inquietud. Otros aceptan que existe otra vida, pero, como los saduceos, la imaginación, la fantasía les lleva a fabular con si tendremos o no el mismo cuerpo, o se preguntan sobre si ya han resucitado o no los muertos y qué pasa mientras llega o no el día del Juicio, y que una vez todos muertos y resucitados nos encontraremos con los seres queridos. Es una idea bonita, pero nada sabemos acerca de ello. Buscamos explicaciones humanas a ese proyecto de Dios que ha querido hacernos eternos. La palabra de Lucas nos conduce a creer que la resurrección es el mismo don de la vida participando del ser del Padre. Si somos eternos ¿por qué vivir preocupados permanentemente por la muerte? Decía un amigo que somos “como los yogures: tenemos fecha de caducidad”; pero nosotros no sabemos el día. Ante la muerte, verificamos que esta vida es caduca. Aprovechemos el tiempo, vivamos con una actitud óptima, la de quien se esfuerza para que cada día sea como el último de su vida, sin dejar para el mañana, como decía mi madre, lo que puedas hacer hoy. El regalo de la vida es, sobre todo, el gran obsequio de darnos la posibilidad de ser felices, esto nos ayuda a caminar con esperanza, a vivir desde todas nuestras potencialidades, esas fuerzas son las que hay que cuidar, es decir, nuestra salud integral, la del cuerpo y la del espíritu, no únicamente porque nos va a llegar la muerte, sino porque ésta no es el final del camino. Lo importante es vivir en fidelidad a Cristo, a lo que creemos, entendiendo que en el presente nuestra mayor felicidad es la de colaborar en que su palabra avance.

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