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REFLEXIÓN

¡Mujer, qué grande es tu fe!

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Teresa Valentí Batlle M.C.J.Santo Domingo

Una mujer sin nombre, “la cananea” la llaman, era pagana, hace brotar de Jesús una respuesta universal que viene del Padre. Da la sensación que Jesús juega con sus raíces judías y no quiere responder a los gritos de la mujer que reclama la salud para su hija. Jesús vivía encarnado en la cultura de su pueblo y de su tiempo. Parece actuar según el prejuicio de los judíos. Sin embargo, Jesús escucha la voz del Dios universal que desea el bien para todos. Admira la petición de una mujer humilde y el reto que le lanza al decirle que los “perros comen también de las migajas”. Las entrañas de Jesús se remueven y le fluye la expresión reconocida y misericordiosa: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Me parece que las “migajas” que la mujer cananea reclama pertenecen a los mansos y humildes de corazón, sean de cualquier raza, cultura o religión. Acercarnos a Jesús con fe es un regalo de Dios gratuitamente ofrecido a todos. Hay que saberla descubrir en la pequeñez o fragilidad de nuestras vidas. Aceptarla con conciencia integradora, en la oscuridad, en las noches desoladas donde no vemos ni siquiera las migajas que quizás nos ofrece una compañera de camino, un vecino o un niño que nos abraza con ternura porque percibe nuestro dolor. La fe se pide y acrecienta en la oración, madura y se aquilata en lo pequeño de la vida diaria. Al sentir el fuego ardiente de la fe, los creyentes se sienten llamados a compartirla, como bien nos dice nuestro hermano Francisco, obispo de Roma. En “La alegría del Evangelio”, Francisco nos recuerda que, afianzados y fortalecidos en la fe, es hora de iluminar y transformar, de salir y transmitir la alegría de creer. Es hora de que recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Y ojalá el mundo actual pueda recibir la buena nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Evangelii gaudium, 10). Las migajas del presente son presagio de un futuro solidario, de pan fecundo y fraterno, donde habitará la justicia, como dice el profeta Isaías.

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