Eres el mesías, el hijo...

La Palabra del Señor, tomada del Evangelio según San Mateo (16, 13-19), nos presenta varias ideas que están relacionadas entre sí. Primero, se revela como el Mesías a sus discípulos (y a nosotros también) y se vale de una pregunta simple: para ustedes ¿quién soy yo? Pedro, iluminado por Dios, le contesta, se puede decir, sin saber lo que dice. Y ese momento lo utiliza el Señor para darnos a entender que quien descubre que Él es el Mesías, sufre una transformación interior que se refleja en toda su vida. Primero le dice, dichoso tú Simón... Y luego lo llama Pedro. Es como sucede con Saulo, luego Pablo. Traigo esto a colación, no solo porque sucedió así y todos lo sabemos, sino porque hoy se celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles. Las dos columnas de la Iglesia. Uno, Pedro, la Roca donde Cristo edifica Su Iglesia y por otro lado, Pablo, entregado por completo a la causa del Señor, fue el gran propagador del Evangelio entre los gentiles. La Iglesia, que no perecerá ante el poder de la maldad, de la intriga y de los desafíos, el Señor nos la da con una cabeza visible y con autoridad para que todo lo que se haga en su Nombre, tenga un reflejo en la eternidad. Queridos hermanos, todo esto que he descrito, toda esta revelación, fue parte de lo que encontré en esos tres maravillosos días que viví en mi Cursillo de Cristiandad, hace ya 14 años y medio. En un encuentro con Él, supe que Cristo es el Mesías, y que me ama con un amor infinito y misericordioso y que yo debo corresponder a ese amor en los demás. También que soy Iglesia, que formo parte de ese Cuerpo Místico que san Pablo describe tan bien, donde Cristo es la Cabeza y donde no puedo dejar de hacer mi parte: participar en la evangelización de los que todavía no conocen la Buena Nueva. La misión de la Iglesia es la mía. Tenemos que cambiar al hombre para que el mundo cambie, tenemos que hacer que este mundo vuelva su mirada hacia Cristo para que luego no nos reclamen: ustedes los que ven, ¿qué han hecho de la Luz?