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REFLEXIÓN

Isaías y el nuevo vástago

A menudo soñamos despiertos en un mundo de solidaridad, en el futuro que Dios nos adelanta cuando nos comprometemos a luchar y a ‘‘renovar la tierra’’ para ‘‘allanar caminos’’.

El profeta Isaías anuncia un mundo diferente, es decir, sueña con la paz y la justicia.

Las cosas no iban bien en Israel y éste se ve amenazado por Asiria. Ese futuro que anuncia Isaías da respuestas a nuestros sueños.

El profeta nos mantiene la esperanza y nos sitúa en el contexto, que puede ser el nuestro.

El árbol talado, sesgado, no ha muerto; de su tocón (humilde familia de Jesús, padre de David) va a brotar un tierno vástago.

Poseerá el espíritu de prudencia y el don de sabiduría para percatarse de cualquier situación concreta y obrar en consecuencia (capacidad para juzgar y discernir); el espíritu de consejo para prescindir de las opiniones egoístas, intereses soterrados que manipulan los bienes recibidos y el espíritu de valentía para llevar a cabo las decisiones tomadas.

Su actuar estará en consonancia con el querer de Dios.

Con estos dones el árbol reverdecido (el hombre justo) ejercerá su misión sin ambigüedades.

‘‘El nuevo vástago’’ (el hombre fiel y entregado) es incorruptible: siempre apuesta por el pobre y oprimido, por el desamparado ‘‘defiende a los humildes del pueblo y quebranta al explotador’’ (Salmo 72).

Isaías nos enseña también cómo deberíamos convivir los humanos: es realmente una sociedad ideal la que soñaba Isaías.

Solo los que se atreven a soñar pueden saborear esas palabras: los animales salvajes cohabitan sin temor con los domesticados; no existe el miedo entre hombres y animales, sino que todos pueden, de nuevo, vivir la paz y la armonía de la primera creación.

Esta etapa que predice Isaías comenzó a realizarse con Jesús.

Su nacimiento fue la germinación definitiva de la realidad hacia la cual caminamos, en la que toda la creación será transformada.

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