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DOS MINUTOS

El encuentro personal

El evangelio de la misa de hoy (Lucas 24,13-25) nos narra una historia parecida. Dos hombres van caminando totalmente desalentados. Habían creído en un hombre. Habían puesto toda su esperanza en él

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Luis García DubusSanto Domingo

“¿Cómo estás Alfonso?”, pregunté por teléfono hace unos 10 años. “¡Muy bien, magníficamente bien!” “¿Cómo...?” pregunté un poco extrañado. “¡Así mismo!”, me confirmó mi hermano con entusiasmo, “¡ya no tengo problemas” - Y luego, como explicándome, añadió: “El Señor me habló anoche...” “ ¡Voy para allá!”, dije, y cerré el teléfono. Por el camino iba preguntándome cómo era posible que mi querido hermano Alfonso se sintiera tan contento. Él tenía una enfermedad terrible e incurable, que finalmente lo había confinado a una silla de ruedas por el resto de su vida, y se había estado sintiendo muy débil, desanimado y triste. Cuando llegué me dirigió desde su silla de ruedas una amplia sonrisa. “¿Qué fue lo que te pasó anoche?”, le pregunté a quemarropa sin esperar siquiera saludarlo. “Mira Luis”, me contestó, “yo no podía dormir, así que me puse a hablar con el Señor. Y en mi interior, escuché claramente esta frase: “No te mortifiques por cosas sin importancia. Lo que importa es que tú y yo somos amigos, y que yo estoy contigo... Lo demás, no tiene importancia...”. “Desde ese momento, ya no tengo problemas”, terminó diciéndome Alfonso, “me siento magníficamente bien así como estoy”. (Tres días después él “supo” que podía levantarse y caminar, y lo hizo). El evangelio de la misa de hoy (Lucas 24,13-25) nos narra una historia parecida. Dos hombres van caminando totalmente desalentados. Habían creído en un hombre. Habían puesto toda su esperanza en él. Y ahora le habían crucificado a su maestro y líder. La crucifixión los conturbó. Aquel fin repentino, humillante, sin gloria ni resistencia, contrastaba demasiado con lo que ellos esperaban. Un tercer hombre se añade al grupo y empieza a preguntar, y a explicar. Ellos, cegados por el desaliento, no lo reconocen hasta mucho después, cuando el mismo Señor les ofrece pan. Entonces “se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Aquella experiencia, aquel encuentro, produce en ellos un efecto maravilloso: su desaliento se transforma en entusiasmo y su tristeza en alegría. ¡Lo mismo que le produjo a mi hermano...! He contado, en menos de dos minutos, dos casos similares, con finales idénticos. El primer caso, la enfermedad incurable de un ser muy querido, y el segundo, el de dos hombres que están viviendo momentos de desaliento y confusión En ambos casos se realiza un encuentro personal con el Señor, vivo y resucitado. La persona que nunca haya vivenciado un encuentro personal con el Señor resucitado está viviendo una religión heredada, o una costumbre social, y quizás tenga mucho mérito en ir a misa y frecuentar los sacramentos sin tener esta convicción personal, esta ilusión de corazón... para encontrarse con su amigo. La pregunta de hoy ¿CÓMO ABRIRME A ESTE ENCUENTRO?El Señor es impredecible. Este deseoso y atento. La forma que Él escogerá para hacerse perceptible por usted, nadie puede saberlo de antemano. Pero si usted está deseoso y atento, Él lo hará en algún momento, en el momento que Él escoja. Y este encuentro es algo personal, tanto así que a veces no puede uno ni explicarlo. Sólo sabe que sucedió. Si usted quiere, esta semana, cada día, asuma esta actitud: Hiy estaré atento Para así, en algún momento, recibir el don de experimentar La presencia amorosa de mi amigo Jesús. ¿Qué es para usted lo que realmente importa en este mundo?

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