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‘Este es mi hijo amado’

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Teresa Valenti Batlle M.C.J.Santo Domingo

Jesús invita a sus amigos a subir a la cima del monte y les deslumbra, se muestra envuelto en luz, en compañía de los profetas y se oye una voz, nos lo cuenta el Evangelio de Mateo 17,1-9. La montaña era alta y allí se transfiguró. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos blancos como la luna”. Sigamos leyendo la Palabra y visualicemos la escena, apliquemos los sentidos, conectemos con la imaginación: Tabor, luz, nube, chozas, y escuchemos con el corazón las palabras del Padre. Tabor, montaña que se llena de luz. Transfiguración. Jesús se da en lo que es más íntimo de su ser. Resplandece desde el interior. No solo recibe de Dios la Luz, sino que Él mismo es la luz. Esta luz no es la del universo. Todos llevamos en nuestro ser íntimo chispazos de esta luz, pero nos falta tiempo para detenernos en la voz que viene del Padre: “Este es mi Hijo Amado, escuchadle”. Los discípulos sacan una consecuencia ecológica y práctica: ¡Qué hermoso es estar aquí !…”. La nube es la claridad velada que se manifiesta envolviendo a Dios en su misterio, significando su presencia. Es una realidad no tangible, pero ellos la viven como una experiencia fundante y caen de bruces, llenos de espanto. La proximidad de Dios les asusta. Todo parece normal en los que han vivido experiencias divinas. Es un hecho trascendente a la experiencia humana. Irrumpe en ella con toda su capacidad de misterio; los jóvenes lo expresarían así: “nos discolocó, fue alucinante”. Los ya entrados en años piensan que hay mucho de luz y discernimiento pues nuestro “Ego inflado” capta una realidad superior a la persona que lo recibe. La liturgia de hoy pone de relieve dos actitudes y retos concretos. El pasaje de la Transfiguración viene arropado por las palabras del Padre. Vivir en la sintonía de Dios es una realidad transformadora, se realiza manifestando nuevas formas de ser y estar: con nosotros mismos, con los demás. La experiencia que nos brinda este Evangelio nos ofrece la unión con lo divino, lo humano y espiritual. ¡Qué fecunda sería nuestra vida si sacáramos espacios y tiempos para ver y escuchar! Caminemos hacia la Pascua con corazón gozoso, descubriendo los retos de compromiso que nos interpelan a comunicar nuestras experiencias. Dudemos de las bonitas ideas que no se concretizan ayudando al hermano necesitado.

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