Agustín contra los donatistas

Después de la victoria sobre Majencio (28 de octubre del 312), Constantino tuvo que ocuparse los donatistas, herejes surgidos durante la persecución de Diocleciano.

En Egipto, el año 306, el Obispo Melecio de Lycópolis, criticaba la actitud benigna de Pedro de Alejandría ante los cristianos que habían flaqueado durante la persecución de Diocleciano. Indignado por esta actitud condescendiente ante quien él consideraba un traidor, Melecio fundó la Iglesia de los mártires, la Iglesia de los testigos. En el 311 surge la oposición al Obispo Ceciliano, diácono de Cartago, porque había sido consagrado por Félix de Aptungi, quien a su vez era acusado de haber flaqueado durante la persecución de Decio y haber entregado las Escrituras a los oficiales romanos. Sus acusadores eligieron otro Obispo, y a éste, le sucede Donato, que dará nombre al partido hereje. Donato razonaba así: quien está en comunión con un traidor se vuelve él mismo traidor. El 1 de Julio del 314, el Sínodo de Arlés condenó a los donatistas, quienes agitaban afirmando: “la Iglesia verdadera es aquella que tenga la jerarquía verdadera”. Todo miembro del clero que haya prevaricado, “pierde por el hecho mismo su puesto en la Iglesia, de modo que los sacramentos administrados por él carecen de valor”. Los donatistas, rebautizaban y reordenaban a todos los que llegaban de la gran Iglesia a la suya. Pensaban así: el bautismo administrado por un traidor no era válido. En el 317 Constantino, quien apoyaba a los católicos, ordenó a los cismáticos donatistas que entregasen las iglesias secuestradas. Se empleó la violencia para arrebatarles las iglesias a los donatistas y esto les fortaleció. Algunos han considerado al donatismo como un cisma [una división] nacionalista. Otros lo han visto como un conflicto social, pues muchos de los seguidores de Donato eran vagabundos, sin oficio, merodeadores de las zonas rurales cerca de las ciudades, agitadores de los sectores empobrecidos contra la autoridad del emperador y la de los obispos. Durante el siglo IV alternaron la tolerancia y la persecución contra los donatistas. Por ejemplo, Juliano el apóstata (361 - 362), toleró a los donatistas, esperando que dañasen la Iglesia católica.

El Obispo Optato Milevitano (Ü 387 c.a.) refutó así el error donatista: la Iglesia que santifica es santa, aunque tal o cual de sus miembros no lo sea, “el valor de los sacramentos no depende de la santidad del ministro que los confiere.” La Iglesia verdadera es la católica, [es decir, aquella que cree en comunión con la universalidad de las iglesias] y no el miserable partido de Donato. También razonaba así: no puedo aceptar que la única Iglesia verdadera esté en una esquinita de África, la verdadera Iglesia tiene que ser la católica [la Iglesia que está en todas partes y guarda la fe que todos han preservado en todas partes desde siempre]. En el 411 el Emperador Honorio reunió una conferencia contradictoria. Agustín rebatió a los donatistas: la Iglesia verdadera se distingue por su unidad, ella lleva en su seno a justos y pecadores. Poco a poco, la Iglesia católica llegará a esta convicción: “el sacramento no depende de la santidad o de la ortodoxia [recta y sana doctrina] del ministro que los confiere, el bautismo administrado por un hereje o un cismático [alguien separado de la Iglesia] es plenamente válido y eficaz”.

Así también argumentaba San Optato: “San Pedro pecó dolorosamente y negó a su Maestro, sin embargo retuvo las llaves, y para mantener la unidad y la caridad los apóstoles no se separaron de su compañía.”

En el 429 los vándalos, un pueblo que había invadido el imperio romano, arrasaron el norte de África. Así terminó esta controversia entre donatistas y católicos: los vándalos acabaron con ellos y sus controversias (Ver, Nueva Historia de la Iglesia, I, 1982, 2™ edición, 282 y ss.).

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do