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86 años, pero no me lo creo

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Mi acta de nacimiento lo afirma; cumplo 86 años mañana, 23 de julio, pero no lo creo.

Confirman el documento, las arrugas de mi frente, las horizontales esculpidas por la curiosidad y el asombro, las verticales, por ceño fruncido del enojo ante la injusticia y la desigualdad.

También son huellas de muchos años transcurridos, los huesos cansados, la piel más floja, las reminiscencias de los tantos libros leídos y de las experiencias acumuladas en combates en que, encarnando a David, fui vencida, contrariamente al pasaje bíblico, por uno que otro Goliat criollo.

La edad de mis hijos es otro testimonio a favor de esa bendita acta de nacimiento. Si mi primogénito cumplirá 66 años, y el más joven tiene 46, esos números, en un cálculo simple, asignan a la madre una vejez respetable, por más precoz que fuese.

Pero a pesar de esos hechos que bastan en un ejercicio de lógica no dialéctica, no lo creo: una Yvelisse muy joven que habita dentro de mi cuerpo octogenario dice, enfáticamente, que no es cierto.

Esa Yvelisse es turbulenta, en ocasiones, irrumpe en una conversación serena en la superficie, y revela las verdaderas, profundas disidencias, a veces malquerencias. La tranquilidad, esa que mi esposo considera el “non plus ultra” de la dicha humana, tiene para la joven Yvelisse sinónimos extraños; o preeminencia de “tranca”.

Es entonces consecuencia de tiranías inaceptables, y hay que enfrentarlas, o significa la paz que es “el nuevo nombre del desarrollo humano”, y como no hay eso en nuestro país, la Yvelisse joven se intranquiliza, intranquiliza a los demás, y toma partido para que esa paz difundida por Juan Pablo II sea patrimonio de todas y de todos.

Las personas de 86 años no se ríen con tantas ganas, ni lloran con estrépito en público como esta Yvelisse.

Es entusiasta, extrovertida, locuaz ¡y aventurera! Aunque los años que tiene la envoltura corporal de la vieja Yvelisse, le han proporcionado a ambas un acervo cultural aceptable, no se conforma con lo atesorado.

Busca nuevas teorías, husmea en revistas los actuales rumbos de la literatura y de las creencias sociales y políticas, para golosear en los más cercanos a sus persistentes rebeldías con causa, y aunque parezca que el neoliberalismo ha ganado la guerra, siempre encuentra un resquicio para vislumbrar, y abrazar la esperanza de que una ideología humanista y solidaria, igualitaria y justa, ganará terreno y triunfará en los pueblos del mundo.

Como esa muchacha que no parece querer abandonar mi interior es amante de la poesía, una vez quiso ser poeta, en las noches intenta siempre, que la cama de la octogenaria la comparta Mario Emilio con Neruda, Mir, Storni, Mistral, y algunos poetas franceses cuyo deleite heredó de la mamá y el papá: Baudelaire, Verlaine, aquellos versos “llanto en mi corazón/ y lluvia en la Ciudad”, y concluyen llorando las dos, la vieja y la joven, pensando en los míseros moradores que viven bajo el puente Duarte.

En la mañana, porque la tristeza no es revolucionaria, y la lucha y la depresión no deben andar juntas, sin respetar mucho los cánones tradicionales, la joven se impone en la elección del vestuario de “la vieja”, y elige ropa de colores vivos, pone aretes en sus orejas y collares en su cuello. Ríe porque Dios le concede un día nuevo.

Conozco bien, respeto, hasta confieso que temo, a esa Yvelisse joven que convive dentro de mi armazón temporal, me hace a veces parecer intempestiva, me obliga a seguir adelante, a confiar en la utopía que mis ojos miopes ven cada vez más brumosa. Me regala diariamente, la dicha de sentirme tan joven, como ella, rodeada de jóvenes, amiga de ellos, creyendo en ellos.

Mañana es mi cumpleaños. Eso sí lo admito, ¿Cuántos cumplo? No lo sé bien. Entre el bullicio de mis hijos, mis nietos y bisnietos cantándome el ¡Happy Birthday!,cruzaré mis brazos sobre el pecho, para recibir y corresponder el abrazo de la perennemente joven Yvelisse; igual que yo, gracias a Dios, ¡VIVA!

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