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VIVENCIAS

¿Gente dañina enviada por Dios?

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

No se concibe que Dios se valga de gente dañina para enviar mensajes de llevar una vida ajustada a su providencia. Más bien podría decirse, que Dios se vale de su sabiduría para hacer ver a sus elegidos, a través de la amarga experiencia de la maldad y de la traición que han sufrido, que él es la única puerta que lleva a la salvación.

Esta fue la experiencia de un joven, que confiando en un amigo hizo con él un acuerdo profesional que duró muy poco y terminó en un litigio. Incluso, la amistad ya rota, aquel le mortificaba señalándole sus diferencias con otras personas, olvidando su historia, construida sobre mezquindades, traiciones, deslealtades, perversidades e inimaginables malas acciones.

En verdad, un “acusador” capaz de vender su conciencia y sin ningún tipo de ética ni valores morales. En fin, el “reque- riente” o acusador llegó a la infamia, sin tener la razón, en su condición de conocedor del derecho, formado en una cuestionada escuela, que un alguacil, que resultó ser un compañero de ambos, notificara una intimación, con instrucciones precisas que fuera realizado un domingo día de las madres, en horas del almuerzo y a persona determinada, la esposa del requerido quien se encontraba embarazada.

¡Cuánta maldad se incuba en las mentes perversas! Pero esto sirvió para que este joven volviera a sentir la presencia del Señor como nunca antes. Aprendió, con san Agustín, que el malo es un malhechor de sí mismo; pero que, la perversión, si bien no se para en el lugar que comenzó y sigue engendrando en su trayecto destructivo nuevas maldades, contra él no podría, pues se había puesto la Armadura de Dios, para poder resistir y mantenerse en la fila, valiéndose de todas sus armas (véase Efesios 6,13).

Una doble lección queda de esto, si bien los malvados se burlan públicamente de la gente de bien, en el fondo, los respetan y hasta los envidian; pero como dice un proverbio jurídico, el que es malo una vez, (y agrego que saborea la maldad), se supone ya malo para siempre.

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