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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El Concilio de Calcedonia (451)

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Parecía que con el concilio de Éfeso del 431, por fin se había alcanzado la paz en lo tocante a Jesús. Pero, ¿cómo unir humanidad y su divinidad en un solo sujeto?

El monje Eutiques, archimandrita de un monasterio de 300 monjes en Constantinopla, avanzó esta solución: Jesús solo posee el modo de ser divino, pues lo humano en Jesús ha quedado absorbido por lo divino. Al igual que muchos cristianos de hoy en día, Eutiques pensaba que le estaba haciendo un gran favor a Jesús, suprimiendo su humanidad. Pero, si Jesús no fue humano como nosotros, ¡no nos salvó a nosotros!

Esto lo tenían claro, los 30 obispos que condenaron al monje Eutiques en Constantinopla, el 22 de noviembre del 448. Pero Eutiques era padrino, del eunuco Crisapio, el brazo derecho del emperador Teodosio II. Aunque el Patriarca de Constantinopla se opuso, Eutiques reunió un concilio en Éfeso, en el cual sus opositores no podían votar. El concilio excomulgó a todos los que sostuvieran la permanencia de lo humano en Jesús. Las tropas del Emperador, como si fueran las bandas de Maduro y su Tribunal Supremo de “Justicia,” apoyaron a Eutiques y vejaron a sus opositores, incluso a los representantes del Papa. Esa reunión se conoce en la historia como “el latrocinio de Éfeso”.

Esa violencia acabo al morir Teodosio II, el 28 de julio del 450. Tanto su hermana y sucesora Pulqueria, como su flamante esposo, Marciano, rechazaban la herejía de Eutiques y se lo comunicaron al papa San León. El papa no quería que se celebrase el concilio, pues la invasión del huno Atila creaba serios inconvenientes a la participación de Occidente, pero accedió.

Desde el 8 de octubre al 1ro de noviembre del 451, 630 obispos se reunieron en Calcedonia. Primero, depusieron a Dióscoro de Alejandría, partidario de Eutiques, y luego, siguiendo las pautas del Papa San León y las de Juan de Antioquía, definieron que: “en Jesús hay un solo sujeto, uno y el mismo Cristo, Hijo de Dios, en dos naturalezas”, es decir, dos modos de ser y actuar. Y esta unión, estrecha infinitamente, ocurre “sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación.”

Al decir que la unión de las dos naturalezas en Cristo ocurre inconfundiblemente, el Concilio negaba que lo divino en Jesús se tragase lo humano como defendía Eutiques. Es decir, nuestra condición humana se encuentra para siempre asociada a la Trinidad. Lo humano y lo divino no compiten. ¡Nuestra diferencia nos une! Porque el Hijo de Dios afirmó lo humano al encarnarse y mientras más unidos estamos a Dios, más se afirma nuestra humanidad, que Él creó por amor.

Decir que lo humano y lo divino están unidos en Jesús de manera inmutable, quiere decir, que el Hijo no se degradó al encarnarse. “La encarnación no degenera la divinidad. Aún en su momento de mayor entrega al hombre, Dios sigue siendo Señor.”

Al hablar de lo divino y lo humano como de algo unido indivisible e inseparablemente se afirma que en Jesús no hay dos sujetos, como parecía afirmar Nestorio. Adorando al Hijo, “realizamos una única adoración que se dirige a la Palabra hecha carne y con su carne propia (resumo, (J.I. Gonzalez Faus, 1974, La Humanidad Nueva II, 438 - 444 y Bruno Forte, 1981, Jesús de Nazaret, Historia de un Dios, Dios de la Historia, 134- 136).

¿Qué nos han dejado estos 4 concilios: Nicea, Constantinopla I, Éfeso y Calcedonia? Que Dios solo es afirmable en lo humano y que lo humano solo es afirmable desde Dios. “si no amas a tu hermano a quien ves, no puedes amar a Dios a quien no ves” (1™ Juan 4, 20). En Oriente se reflexionó sobre el salvador; en Occidente, con San Agustín, sobre la salvación.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM

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