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El mea culpa en la política: De virtuosos e inteligentes

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Ricardo Pérez fernández | ECONOMISTA Y POLITÓLOGOSanto Domingo

Cuando se habla de que la política cambió, se está significando que el electorado cambió. Los aspirantes a elegidos, para potenciar y extender sus posibilidades de éxito a lo largo del tiempo, evolucionan y se reinventan hasta asumir y adoptar los valores y conceptos que enmarcan las opiniones y las acciones de la sociedad en un momento determinado. Un aspirante a una posición electiva hace 30 años no se atrevía a asumir, por ejemplo, el derecho al aborto. Hoy en día, autoridades electas y figuras protagónicas de la política nacional, vindican dicha postura. Ahí no operó necesariamente un cambio de opinión entre ellos, los políticos, sino más bien, un desplazamiento intelectual de una parte de la sociedad que partiendo de una posición histórica, anclada en preceptos religiosos, ahora migra hacia una posición renovada fundamentada sobre perspectivas científicas y racionales. La clase política, simplemente, se adapta y lo asume.

Cuando la política era un deporte exclusivo del político profesional, donde existían escasos foros para la participación de la sociedad no partidaria, ofrecer mea culpas era sinónimo de debilidad e incompetencia. Era una afrentosa acción que amenazaba con arrancar el velo de misticismo que recubría al político exitoso: aquel que todo lo que hace y dice está fríamente calculado, donde lo que aparenta ser un error, no es más que una acción genial de estrategia política que allana el camino hacia las victorias importantes. Pero los tiempos cambiaron, y de manera paulatina, el poder y sus rituales, el mito y el halo legendario, que cual campo de fuerza recubría las instituciones símbolos de poder, se ha ido desmitificando y humanizando. La horizontalidad que han impuesto el acceso a la información y la tecnología, ha servido de catalizador de este proceso, dando paso a la creación del foro ciudadano más grande y dinámico que jamás haya conocido la humanidad: las llamadas “redes sociales”, las que por primera vez permitan hablar con el otrora político inalcanzable, de tú a tú.

Esa denudación, esa normalización de la política, es en parte lo que explica cómo personas tan irreverentes e inobservantes de las tradiciones del poder y de la conducta y costumbres de los poderosos, hayan logrado triunfar en la política. Es el caso de un Donald Trump en los Estados Unidos, quien como elefante en cristalería, destroza salvajemente el ideograma y la leyenda construida en torno a la presidencia de los Estados Unidos por más de 200 años. Pero también es el caso de un Rodrigo Duterte en Filipinas, o de Beppe Grillo y su movimiento Cinco Estrellas en Italia. Por igual, son ejemplos válidos los casos de Pablo Iglesias en España, o de Jimmy Morales en Guatemala.

Lo inteligente y virtuoso de pedir perdón Aceptar un error, puede ser una oportunidad. Uno de los problemas principales por los que atraviesa la política tradicional es la percibida desconexión de sus actores con la sociedad; ese sentimiento de que los políticos ni me escuchan ni me entienden, lo que a su vez ha dado paso por todo occidente al surgimiento de actores extra-partidos, y de agrupaciones electorales no tradicionales. No reconocer desaciertos y equivocaciones que al electorado le resulten irritantes se enmarca en esto anterior.

El escritor y filósofo catalán Francesc Torralba escribió un ensayo muy ilustrativo sobre cómo debe ejecutarse una reivindicadora acción de mea culpa. El autor explica que para que este sea bien recibido, deberá estar acompañado de acciones concretas que reparen el mal efectuado, o que corrijan las condiciones que permitieron el mal originario, porque de no hacerse así, podría interpretarse como cínico, y esto pudiera lograr el efecto contrario. El mea culpa debe de ser oportuno, lo más próximo posible al agravio, para evitar las conjeturas de que si se hace más adelante, se trate de simple oportunismo electoral.

Aceptar errores y pedir perdón, presenta un escenario ideal para rehacer vínculos con los electores y ganar credibilidad. En lo personal, argumenta Torralba, es símbolo de vergüenza y dignidad; un acto de coraje y fortaleza, y no de debilidad o de inseguridad, como lo era en la vieja política, agrego yo. El hacer mea culpas, cuando las circunstancias lo ameritan, asemejan al político a sus pares; constituye una prueba de humanidad y de terrenidad. Finalmente, dice Torralba que cuando el político reconoce un error y ofrece un mea culpa, desciende de su pedestal.

Muchos lo han entendido y practicado oportunamente, como fue el caso del expresidente Bill Clinton, en su relación extramarital con la joven pasante Mónica Lewinsky. Su admisión de culpa, luego de mentir, y la decisión de humillarse ante su pueblo despertó tal empatía y solidaridad, que este pasó de la desgracia del juicio político, a abandonar la presidencia con un 60% de aprobación. Mark Sanford, otro político norteamericano, logró un retorno exitoso a la política electiva, luego de verse obligado a renunciar como gobernador de su estado, tras descubrírsele una cadena de mentiras y acciones cuestionables, derivadas de una relación extramarital. El expresidente Barack Obama también lo hizo cuando lo estimó necesario, y en la actualidad, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, se ha desmarcado de importantes casos de corrupción, cómo el Bárcenas y el Púnica, asumiendo sus errores y los de su partido, planteando alternativas de curso, y siguiendo adelante.

Otros no han atinado en el “timing”, y han tratado de reconocer lo que todos ya entendían como errores, muy tarde. Es el caso de Tony Blair, ex primer ministro de Reino Unido, quien más de una década más tarde presentaba sus excusas por el error que había constituido la guerra de Iraq; o el de el ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien luego de salir del poder reconoció su error en el manejo de la crisis económica que retornaría al poder al Partido Popular de Rajoy.

Cada vez más, y con ojeriza, la sociedad y los electores escudriñan al poder político, lo que garantiza que con periodicidad cada vez más frecuente ---al menos hasta que se de un rompimiento con el modelo actual--- nos encontraremos ante circunstancias que demandarán de madurez y humildad para convertir, a través del mea culpa, los desaciertos en oportunidades de reinventarse y crecer. Y esa, precisamente, es la oportunidad que tiene ante sí el PLD.

La oportunidad del PLD Indistintamente de quienes de manera individual terminen siendo los responsables y culpables por el caso Odebrecht, la organización tiene una importante cuota de responsabilidad en lo acontecido: la mayoría de los confesados sobornos fueron distribuidos durante sus gobiernos. Fallaron los mecanismos de vigilancia y supervisión; no fue suficiente el andamiaje legal e institucional que, ciertamente, el PLD, y no ningún otro partido, creó como escudo y punta de lanza contra la corrupción.

La sociedad, en especial la clase media, está despierta ante este caso; conoce sus detalles, y da seguimiento atento al mismo. El PLD ha hecho algo sin precedentes que merece ser reconocido: ha dado curso al caso en justicia, y como resultado se hayan imputado por el mismo, miembros de su Comité Central y de su Comité Político, lo cual, repito, es una acción sin precedentes en la política local. Sin embrago, resulta evidente que esto no será suficiente. Aunque para muchos de esa organización resulte irracional e innecesario, el PLD debe ofrecer un mea culpa, donde se reconozca lo que toda la sociedad sabe o cree saber, y para que articulen lo que todos esperan: que efectivamente, esto sucedió mientras esa organización era mayoría en los poderes públicos; que fallaron en la misión de prevenir un caso de esta envergadura; que los hallados culpables ---en justicia, no en opinión pública--- se apartaron y traicionaron sus valores partidarios; que en lo adelante se harán las reformas y correcciones pertinentes que garanticen que eso no se vuelva a repetir; y que la organización se empeñará en recuperar la confianza ciudadana que se haya erosionado a raíz de este vergonzoso caso.

En la nueva política, reconocer los errores no es símbolo de debilidad. Tampoco ofrecer mea culpas mutila ni afecta la imagen más de lo que la afecta el escándalo o la imputación originaria, o más de lo que la afecta un silencio institucional que se interpreta como desconexión, desafío o arrogancia, todas las cuales encolerizan e indignan más a aquellos que justamente reclaman reacciones y respuestas.

Esta es la irrelevante opinión de un joven imberbe e ignorante de los vericuetos de la alta política, opinión que nadie está obligado a ponderar. Pero si aquí habremos de observar y adoptar, en algún momento, las tendencias de la nueva política, los mea culpas pronto serán divisa de los virtuosos e inteligentes. El PLD tiene la oportunidad de asumir la vanguardia.

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