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Toda la culpa

La responsabilidad -que está fundada en el concepto moral de culpa- suele atribuirse en nuestro país a un sujeto único, “el gobierno de turno”.

Si por una carretera transita una patana, cuyo propietario no tomó la providencia de calcular los riesgos que implican echarla a andar, acondicionando el vehículo para que tenga un desempeño óptimo y este, a su vez, termina accidentado causando daños materiales y personales, “la culpa es del gobierno actual”, que no toma las precauciones necesarias, a través de un riguroso pase de revista donde se detecten los defectos del indicado vehículo antes de que lo echen a andar. Si un joven desaprensivo, formado en la más abyecta exclusión que propicia la deuda social acumulada por siglos, atraca una señora y se lleva con él la cartera de esta “la culpa es del gobierno actual”, que no tiene “un plan” para enfrentar la delincuencia como demandan las circunstancias.

Si un comerciante detallista es sorprendido por Pro-Consumidor vendiendo leche adulterada, “la culpa es del gobierno actual” que no tiene un adecuado control de lo que se importa y el destino que debe dársele.

En los últimos días he leído dos artículos muy buenos: uno lo es “Consejos de un resentido” de José Luis Taveras, amigo de incuestionable ascendencia moral; y el otro, “Bancas, preguntas y advertencias” de Pablo Mckinney, uno de los mejores articulistas que leo. El primero alude al boato que acusan ciertas élites económicas con desprecio e indiferencia total de la suerte de un pueblo que sufre en carne viva los efectos de la desigualdad y la exclusión; el segundo, ecléctico, es más generoso a la hora de repartir responsabilidades en lo que atiende al status quo imperante; porque del mismo modo que, en su inicio, podría decirse que culpa al Estado de permisividad excesiva, al fi nal, a la hora de evaluar las causas de la insatisfacción ciudadana que desemboca en el movimiento verde y el destino de este, sitúa como responsables a la “alcurnia de la partidocracia reinante y los príncipes del capital”. Ambos son muy motivadores y quisiera retomar el sentido de mi exordio, no sin antes felicitar a estos dos intelectuales por reconocer que la culpa de la situación imperante no es exclusiva del gobierno; que más bien, la mayoría tiene una cuota de responsabilidad en lo que sucede, ya por acción, ya por omisión.

Sensato es reconocer entonces, amigos lectores, que un gobierno con apenas cuatro años y meses no debe cargar con la culpa de todo cuanto ocurre y es malo; valdría la pena fi jarnos también en lo que ha hecho para conjurar viejos y ancestrales males, anidados de antaño en nuestro medio; pero sobre todo, valdría la pena abrirnos, disponernos a colaborar con su buen desempeño, antes que intentar bombardearlo sin contemplación y hostigarlo con acciones que perturben su buen trabajo. Los buenos dominicanos tenemos deberes que cumplir, especialmente los consagrados en el numeral 12 del artículo 75 de la nuestra Carta Magna: “velar por el fortalecimiento y la calidad de la democracia, el respeto del patrimonio público y el ejercicio transparente de la función pública”; y los que obren contrario a ello, los corruptos, deben ir a la cárcel, pero ello no obsta reconocer a los que no lo son y preservar nuestra democracia eligiendo los caminos institucionales para impugnar las malas prácticas.

EL AUTOR ES ABOGADO Y POLITÓLOGO

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