TESTIGO DEL TIEMPO

Trump las tiene difícil

Muchos agentes del FBI en la Casa Blanca no protegen, sino que espían al Presidente y su gabinete. Uno de ellos llamó al Procurador General en funciones y dijo: “El consultor jurídico, Alberto González y el gerente general, Andrew Card, salieron para la clínica”, reportó.

El Procurador General en funciones llamó al jefe del FBI, y le ordenó salir inmediatamente hacia la clínica.

A toda velocidad, en la oscuridad nocturna, con las sirenas a todo volumen, se desplazaron en vehículos separados hacia ese lugar.

El procurador general, John Ashcroft, estaba en Cuidados Intensivos, luchando contra una pancreatitis.

Llegaron y le informaron que González y Card le pedirían reautorizar un programa de espionaje ilegal.

Advirtieron que renunciarían si se reautorizaba el espionaje ilegal; González y Card llegaron, Ashcroft no firmó la reautorización.

Ese 10 de marzo del 2004, el Procurador General en funciones, James Comey y el director del FBI Robert Mueller, le torcieron el brazo al presidente George W.

Bush. Lo obligaron a suspender su espionaje ilegal.

Mueller, designado director del FBI por Bush, sirvió en el primer gobierno de Barack Obama. Lo sustituyó Comey, a quien Trump acaba de despedir de la dirección del FBI por negarse a cerrar la investigación sobre Rusia y la campaña presidencial.

A Mueller, ampliamente respetado por republicanos y demócratas, lo designaron Fiscal Independiente, para continuar la investigación que le costó el empleo a Comey.

Ayer, Comey y Mueller, dos buenos amigos consagrados al servicio público, arriesgaron sus carreras defendiendo sus convicciones, enfrentando a quien los nombró, el presidente Bush. Hoy no tienen nada que perder, pero pueden ganarse la gloria si comprueban vínculos entre Trump y Rusia. La obsesión de Trump por suspender la investigación suena como confesión. En unas semanas Comey testificará públicamente ante el Senado. Ciertamente, Trump las tiene bastante difícil.

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