Función comercial de las embajadas
La actividad de la misión diplomática se concreta, en esencia, en sus relaciones con el Estado receptor, lo que constituye la relación diplomática en sentido estricto, y cuya efectividad está supeditada a sus vínculos con el propio Estado acreditante, del que recibe las instrucciones para su actuación, y a quien ha de informar sobre sus resultados.
Asimismo, como tal órgano representante del Estado, merecen señalarse sus relaciones con las demás misiones diplomáticas acreditadas ante el mismo Estado receptor, que aunque en principio suelen tener el propósito de fomentar y fortalecer los nexos entre los Estados que representan, e igualmente, propiciar, acordar y adoptar acciones conjuntas (cuando correspondan), también sirven de cauce para conversaciones informales (sin carácter propiamente diplomático) sobre temas que interesan a Estados que no tienen entre sí relaciones diplomáticas (Vilariño Pintos).
En tal contexto, conforme a los requerimientos contemporáneos, se concede un papel preeminente a las acciones (gestiones y negociaciones) de carácter económico y comercial, especialmente en los diversos “planos de ejecución” de la diplomacia (multilateral, interregional, regional y bilateral), lo cual amplía y adecúa a estos tiempos los horizontes y la necesaria efectividad de la denominada diplomacia convencional.
Para estos fines, obviamente, es fundamental que la matriz productiva del país (de que se trate) permita una oferta con un nivel de exportación que reúna los requisitos de calidad y competitividad que demanda el mercado internacional
Debe tenerse presente, que según sostiene J. Remacha: “Para un Estado, su capacidad económica, el dinamismo de sus intercambios comerciales y su presencia en los mercados mundiales, le permiten cristalizar alianzas y resolver conflictos que de otro modo no podría”.
En igual sentido, hoy puede afirmarse que en esencia la diplomacia económica y comercial consiste en la metódica realización de los planes y consecución de los objetivos de carácter económico de la política exterior de un Estado, que desarrollan sus representantes (con estatus diplomático), en el país u organismo internacional al que se encuentran destinados. La diplomacia comercial suele iniciar promoviendo convenientemente, en otros mercados, lo que el país puede ofrecer “de valioso” en términos de bienes, servicios, tecnologías, capitales, ideas, capacitación y, sobre todo, de negocios y cooperación; permitiendo, a la vez, transmitir lo que requiere obtener de aquellos con los cuales le interesa implementar o fortalecer sus vínculos comerciales. Entre las “grandes líneas de actuaciones” de la diplomacia económica y comercial, están: a) La promoción comercial y “marketing” de los productos y de la imagen del país, haciendo énfasis, pero no limitándose a las exportaciones, incluyendo la organización de foros, seminarios y participación en ferias internacionales; b) Igualmente, la promoción de la inversión orientada a la canalización de la inversión extranjera hacia el país; c) Apoyo a la internacionalización de empresas locales; d) La protección, asesoría y asistencia en este ámbito (incluyendo la intermediación en reclamos comerciales); e) La función de observación (e información) enfocada a los asuntos económicos (“inteligencia económica”); f) Establecimiento de redes de contactos (“networking”); g) Análisis del mercado y creación del correspondiente Banco de Datos. También la transferencia de convenientes tecnologías.
Es esencial en esta labor contar con las “informaciones técnicas” que facilitan los organismos internacionales, como es el caso del “Doing Business” del Banco Mundial y, asimismo, con los recursos tecnológicos que permitan obtener las informaciones necesarias para la formulación de las respectivas políticas, como por ejemplo, el “software” denominado “World Integrated Trade Solution (WITS)”, desarrollado por el Banco Mundial y la “CNUCYD”, que “busca facilitar el manejo de bases de datos internacionales sobre informaciones comerciales y diseños de escenarios de negociación que permitan estimar posibles impactos fiscales y comerciales, debidos a cambios arancelarios y flujos de comercio”.
Para este ejercicio mediante mecanismos institucionales, las Cancillerías actúan coordinadamente con otros ministerios (o “entidades gubernamentales”), e igualmente, con “actores no estatales” (sectores productivos, sociedad civil, etc.), para mantener un “diálogo constructivo orientado a la cooperación y colaboración”. En las embajadas, las acciones de esta modalidad de ejecución de diplomacia, son dirigidas por el jefe de misión, contando generalmente con el soporte de una unidad especializada (sección, agregaduría u oficina comercial), al frente de la cual debe estar un consejero (técnico) o agregado económico y comercial, que puede ser un diplomático “especializado” en asuntos económicos, comerciales y financieros, igualmente en negocios internacionales; o bien conforme a los acuerdos institucionales (o a normas establecidas al respecto), podría ser un funcionario escogido, o recomendado, por el Ministerio de Comercio Exterior o su equivalente. Evidentemente, el encargado de dicha unidad está “subordinado” al jefe de misión y, a través de éste, al respectivo Ministerio de Relaciones Exteriores, de acuerdo al principio de unidad de acción exterior del Estado. Sobre todo, debe actuarse consistentemente, en función de la Estrategia Nacional de Desarrollo.
Cabe resaltar, finalmente, que tal como constata José María Velo de Antelo: “Una diplomacia que no se especializa en la promoción económica, o carece de una sólida (y debidamente bien fundamentada) formación en dicho terreno, corre el riesgo de ver devaluado su papel en los Estados modernos”.