¡Sueldos… otra vez!
El Fondo Monetario Internacional reconoce en su último informe la robustez de la economía dominicana, y pondera su dinamismo, su estabilidad, sus niveles de crecimiento y la confianza que genera en los actores internos y externos.
El “pero”, sin embargo, llega cuando advierte sobre los riesgos asociados a la baja carga fiscal y las dificultades que pudieran acarrear la probable inestabilidad en los precios del petróleo o el aumento de los tipos de interés en los mercados internacionales.
Al FMI no le alarma el monto de la deuda --que se mantiene por debajo del 50 por ciento del PIB--, aunque su preocupación reside “en la sostenibilidad y viabilidad de la deuda”Ö Es decir, el peligro que corre el país de verse imposibilitado de cumplir sus compromisos por la baja carga tributaria, que en nuestro caso es de menos del 14 por ciento.
Un componente de este problema se encuentra en una estructura fiscal compleja e ineficiente que no ha evolucionado al mismo ritmo de una economía que crece sostenidamente desde principios de los años 90’s del siglo pasado cuando se produjo la última reforma integral del sistema tributario. Este desfase resta competitividad y afecta sensiblemente las estructuras de costos de las empresas, sobretodo de las micro, pequeñas y medianas, lo que empuja a muchos sectores a la informalidad.
Pero ese factor no es el único que provoca esa tendencia-- por demás no exclusivo de la República Dominicana--, si tomamos como referencia un informe reciente de la OCDE sobre las estadísticas tributarias en Latinoamérica y el Caribe, que establece que en sentido general los ciudadanos con mayores ingresos suelen pagar impuestos bajos en relación con sus riquezas, lo que profundiza los niveles de desigualdad.
Como consecuencia de esta desproporción entre impuestos indirectos y directos --que en nuestro caso se acerca al 70-30--, las clases medias y bajas son constantemente lanzadas hacia la informalidad creando un círculo vicioso que se reproduce con bajos ingresos fiscales, los “remedios” tienden a aumentar las tasas impositivas a las clases medias, lo que a su vez estimula mayor informalidad.
Pero existe otro componente determinante en esa tendencia hacia la informalidad que es tal vez menos observado: los bajos salarios.
Se ha perdido la cuenta de las veces que sobre este tema ha reflexionado gente como el gobernador del Banco Central, Héctor Valdez Albizu, y el empresario Pepín Corripio. Incluso el Presidente Danilo Medina abordó este asunto en una de sus alocuciones ante la Asamblea Nacional, donde llegó a plantear la imposibilidad de una familia para vivir con un salario de 10 mil pesos mensuales.
Aunque los gremios empresariales no quieran admitirlo, en República Dominicana se pagan salarios de miseria, al punto que cualquier empleado gana menos que un “pitcher” de guagua, que un motoconchista o que un vendedor de chucherías en una esquina de la ciudad.
Sin embargo, los gremios empresariales denuncian el “alto costo laboral” y presionan por una revisión del Código de Trabajo con el fin de suprimir conquistas como la cesantía y la liquidación, apelando a su sustitución por el modelo de pensiones de la Seguridad Social.
Cuando ellos saben que ese sistema sólo ha servido para que el sector financiero se sirva con la cuchara grande. Y lo que es peor, las proyecciones indican que quienes hoy cotizan, cuando lleguen a la edad de retiro no podrán cubrir las necesidades mínimas con sus pensiones, lo mismo que sucede en Chile 35 años después de la implementación de un modelo similar al que prevalece en la República Dominicana desde el año 2003.
El colmo de la ignominia se presentó la pasada semana cuando los gremios empresariales impugnaron el aumento de 20 por ciento al salario mínimo dispuesto por el Comité Nacional de Salarios alegando, entre otras cosas, que como consecuencia de ese aumento se perderán miles de empleos y cientos de empresas se verán forzadas a cerrar o a moverse hacia la informalidad.
Es decir que bajo esa lógica, para que las empresas puedan operar bien tienen que pagar salarios que no alcanzan para cubrir el costo de la canasta básica del quintil más bajo de la población. ¡Qué aberración!
Eso constituye una muestra más de la falta de sentido social que evidencia gente que tiene mucho qué perder, que es a quien menos conviene que un día la gente se harte de este modelo que reproduce pobreza y aumenta la desigualdad.
¡Y luego, cuando pase lo de Venezuela, esos empresarios son los primeros en preguntarse: “¿Cómo fue que caímos en esto?”