PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Entendiendo a Arrio y sus dificultades
Lector asiduo de los Evangelios, Arrio sabía que Jesús de Nazaret había sido tan humano como nosotros. La carta a los Hebreos lo resume magistralmente, “ha sido probado en todo, igual que nosotros” (Hebreos 4, 15). Es decir, Jesús sufrió, compartió todas las situaciones que vivimos nosotros, menos el pecado, negación de lo humano. Sin embargo, en muchas situaciones, Jesús se atribuyó funciones que solo competen a Dios: perdonó pecados, interpretó las Escrituras arrogándose una extraña e inapelable autoridad, criticó el templo, el mal uso de la ley, se dirigió a Dios como a su “Abba = su papá. Escribiendo al final del siglo I, Juan, recoge esta queja de las autoridades judías: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios (Juan 10, 33). El historiador romano Plinio, el joven, escribiéndole al emperador Trajano hacia el 112, le aseguraba que los cristianos en sus reuniones “le cantaban himnos a Cristo como si fuese un Dios”.
Arrio concebía a su Dios como simple, único, eterno, sublime e infi nito.
A su lado, y lo más cerca posible de este Dios, junto a él, pero fuera de él, Arrio colocaba al refl ejo de su poder, al Verbo. Se trataba de la más perfecta de las criaturas, el Verbo, decía Arrio, pidiéndole prestado el término a Juan, el evangelista. Este Verbo de Arrio era ciertamente para nosotros como Dios, podía pasar por Dios, pero en sí no era Dios, puesto que había nacido y, en último término, hubo un tiempo en el que ¡él no existía! Arrio tenía un fuerte sentido de la trascendencia y de la inaccesibilidad de Dios. Colocaba al Padre por encima de todo, y al Hijo como una super criatura. Así Arrio, como haría Renán († 1892) siglos más tarde, reducía a Jesús a la categoría de hombre extraordinario.
Aclarémonos; para Arrio, Dios es la suprema realidad eterna, inengendrada, autosufi ciente. Pero según Arrio, ese Dios, es eternamente inerte e incomunicado, semejante a un puro Absoluto fi losófi co, más que al Dios personal de la Biblia.
El Hijo, por tanto, no sería algo esencial a Dios, sino un ser << creado >> en el tiempo, cuando Dios libremente lo decidiera. Por eso, para Arrio, el Hijo no es propiamente divino, sino la primera criatura, no viene de Dios, no procede de la esencia divina, viene <
Su Dios era incapaz de comunicarse, de darse a sí mismo.
El obispo Alejandro de Alejandría, le señaló a Arrio, que Dios es eternamente dinámico, eternamente engendrador y como es amor, es auto comunicativo de sí mismo. El Hijo es tan eterno como el Padre, tan Dios como el mismo Padre, pues no procede del Padre por creación, sino como autocomunicación eterna de Dios. El Hijo pertenece a la misma esencia eterna de Dios, no al ámbito de las realidades creadas. Es este Hijo el que nos permite reconocer con verdad que Dios ha sido eternamente Padre.
Alejandro precisaba, si el Hijo no ha existido desde siempre, ¡Dios no habría sido desde siempre Padre o Comunicación! Ese Dios, si Hijo ni Palabra propia eterna y esencial, habría permanecido eternamente estéril y mudo. Si Dios se expresa cabalmente en su Palabra, esa Palabra es divina y si no lo fuera, no podría expresar al Padre. El Hijo o la Palabra no pueden ser algo accidental en Dios, sino algo esencial a Dios.
Los contrincantes se enfrentaron y entonces intervino Constantino.
Quería salvar la unidad del Imperio ya amenazado por los bárbaros y una economía decadente. Le interesaba mantener el poder y no tanto la verdad.