Con Vargas Llosa

He leído todos los libros publicados por este autor. Algunos los considero obras maestras. Otros, no tanto, y su última novela me pareció no estar a su altura tradicional. Nunca he contaminado la admiración a su talento con otros sentimientos, igual nunca lo hice con Neruda por ser comunista, ni con Borges por derechista.

El lunes 19, como de costumbre, llegué temprano al gimnasio. Estaba vacío. Rato después de estar trotando, veo que a la máquina de al lado sube un señor de pelo cano, pero no reparo en sus facciones. Al mirar nuevamente, descubro que se trata de alguien sumamente parecido a Mario Vargas Llosa. Entonces miro con más detenimiento y... ¡sí!, ¡era el mismísimo Mario Vargas Llosa! y, como ha de suponer, no iba a desperdiciar esa oportunidad que me estaba dando la vida. ¡Mario Vargas Llosa y yo solos en un gimnasio! ¿Cuántos escritores desearían algo así?

Me atreví a saludarle, a la vez que daba pie para una conversación, a riesgo de ganarme la indiferencia con que los genios suelen reaccionar frente a los atrevidos. Para mi sorpresa, el más laureado de los escritores latinoamericanos viviente, Premio Nobel de Literatura, no solo respondió a mi saludo sino que intercambió opiniones con este pichón de escritor (a pesar de mis nueve libros publicados).

Martes 20. He leído a varios novelistas de la nueva camada latinoamericana expresando la dificultad para ser recibidos por Vargas Llosa en su residencia de Madrid y poder entregarle un ejemplar de sus obras. Por eso, antes de salir de casa tomé un ejemplar de mi más reciente libro, “Todo Tiempo Pasado fue Mujer”, con la esperanza de que lo aceptara. Al llegar al gimnasio, ya estaba allí. Para nueva sorpresa, me saludó por mi nombre, intercambiamos un par de chistes y, finalmente, le pedí el honor de aceptar mi libro. Cuando leyó el título, rió y me prometió leerlo, cosa que reiteró cuando, sudoroso, se despidió de mí.

Respeto toda opinión, pero nunca mezclo admiración a la obra artística o literaria con asuntos de otra índole.