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Entorno desafiante

Expresiones como “el hombre nace libre, pero en todo el mundo está encadenado”, y “con amplia libertad elegimos a quienes luego nos vigilan y controlan nuestra libertad”, nos indican con claridad meridiana que el libertinaje no tiene espacio ni siquiera en la más perfecta democracia. El ejercicio del poder implica ejercer el poder, valga el pleonasmo, abordar los asuntos públicos con las herramientas que nos proporciona el Estado. Las amenazas terroristas han puesto en guardia a los organismos de seguridad del Estado de todo el mundo, con especial énfasis en Occidente, y todo ello conlleva mayores restricciones a la libertad de los ciudadanos; aun así hay fallos en la seguridad que siembran el desánimo en los servicios de inteligencia de muchos países, principalmente en Estados Unidos y Europa. Latinoamérica y el Caribe no enfrentan amenazas como las de los países de Europa o Estados Unidos, pues no ha evolucionado a nuestros territorios con la fuerza aterradora que hemos estado presenciando en las regiones previamente citadas. Sin embargo, los problemas de nuestra región son de índole social. La violencia y delincuencia callejera, corrupción, el apaño, la mentira, el favoritismo, relajamiento de los valores éticos, vulgarización de la cultura popular, problemas migratorios, narcotráfico y sodomización de la sociedad. Egoísmo y especulación; acumulación de capitales y rapacidad; evasión de impuestos; trata de personas, en fin, lacras que corroen con mayor intensidad que las descritas para el irredentismo y fanatismo religioso-ideológico.

Los gobiernos latinoamericanos prácticamente ajenos a esos problemas de geopolítica e integrismo, nos muestran una excesiva moderación y falta de pericia para librar la guerra contra estas lacras de origen social, apreciándose mucho desgaste para ganarla y, peor aún, con pocos cuidados o prevenciones. Demasiada protección a la libertad de expresión en la región latinoamericana y caribeña ha ido debilitando el monopolio de la fuerza del Estado, creando un ambiente de confusión y casi de derrota para combatir sus males. El Estado dominicano ha lanzado el Ejército a las calles, pero pierde la guerra de un enemigo mucho más débil, sencillamente porque lo presencial no es disuasivo, tiene y debe de haber un ambiente más que represivo, restrictivo, o una combinación de ambos para combatir con más profundidad la sociedad criminal, el conocimiento de su ambiente delictivo y hasta cultural, si cabe el término. Pero en horas de durísimas pruebas, el Gobierno a marcha forzada emite un decreto para atender tan grave problema. En la República Dominicana vivimos hace un tiempo de efervescencia social, política y económica. Realmente destructiva, que podía haber terminado en un monumental desastre para la convivencia nacional, pero hubo un régimen que nunca dudó en poner en práctica su capacidad de iniciativa. Que hubo restricción a la libertad de expresión y a la censura a sectores ideológicos radicales, es verdad, pero el régimen no permitió que estos sectores dejaran la impresión de que existía una guerra abierta. Así enfrentó a grupos terroristas de izquierda y de derecha; guerrilla rural; terratenientes, depredadores de bosques; expropiaciones de terrenos y recuperación de terrenos del Estado; empresarios nacionales y extranjeros insolentes; intentos de golpes de Estado; militares engreídos; sacerdotes ideologizados, sindicados politizados y controlados ideológicamente; se enfrentó con carácter el “manicomio administrativo” en alcaldías, “Congreso y otras dependencias oficiales sobre la base de la centralización del poder; democracia con fuerza, dictablanda”, sí, pero se hacía sentir la autoridad del Gobierno ante el entorno desafiante.

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