Tiempo para el alma

“La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío”.

Sal. 18 (19): 10, 15.

El Señor es mi guardador, es mi confianza, mi pastor, mi escudo, mi roca firme, mi reposo, mi sustento.

Dios es el fuerte, el todopoderoso, el rey de reyes. Él estuvo con el pequeño David cuando venció a un gigante; Él estuvo con Daniel cuando fue echado a los leones y no lograron devorarlo.

Él estuvo con el pueblo de Israel cuando se hizo paso en medio de las aguas. Él estuvo con Sara cuando, siendo una anciana, concibió a su primogénito.

Él me ha hablado con cada hecho, con cada historia, con cada milagro, con cada testimonio.

Él me guía en forma que a veces no comprendo, pero siempre tiene un mensaje al pie de cada página inexplicable de mi vida. Entonces, no hay una sola razón para sentirme abandonado o temeroso, desprotegido o débil. Porque si Dios me cuida como niño en sus brazos, y es fuerte y poderoso, ¿no estaré yo en las mejores manos?