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FE Y ACONTECER

“El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

(Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de agosto 2016-Ciclo C)

A) Del libro del Eclesiástico: 3, 17-18. 20. 28-29.

Se trata de un hermoso texto sobre la humildad, los versos 19-21 tratan de la humildad en medio de las riquezas y los versos 22-26 de la humildad en el estudio. Etimológicamente humilde viene del latín “humilis”, que deriva a su vez de “humus” (= tierra). O sea, humilde es el que no se ensalza desmedidamente, sino que se está consciente de su condición mortal.

Al libro del Eclesiástico se le suele llamar “El Sirácida”, porque es obra de Jesús hijo de Sira; lo dice así el libro al final. Probablemente se trata de una “familia de sabios”. El último de la saga, Jesús, pone por escrito en griego la sabiduría recibida de generaciones anteriores. Era un libro tan leído en la iglesia antigua que recibió el nombre de “El Eclesiástico”. Se escribe, muy probablemente, entre el año 190 y el 130 antes de Cristo, en Egipto.

Tres “consejos de Sabiduría”, derivados de la Escritura como aplicación a una vida piadosa: El primero conecta bien con el evangelio y presenta la tradicional desconfianza hacia los soberbios. El segundo es sabiduría humana, fruto de experiencia largamente acumulada: la “mala gente”, irremediable, con la que no hay que gastar esfuerzo porque es en vano. El tercero es la habitual apelación a ser sabio, con la sabiduría que significa atender a la Palabra de Dios y seguirla.

b) De la Carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24a.

Estamos terminando la lectura de esta carta, estas son las exhortaciones finales y se enfatiza la condición de cristianos, equiparándola a la espectacular manifestación de La Ley en el Sinaí.

El rico conjunto de expresiones simbólicas con que se viste la condición de cristiano finaliza en su cumbre: Jesús es la nueva y definitiva revelación, el único mediador. Un escrito tan judaico como esta carta, que ha utilizado toda la simbología del Antiguo Testamento para aplicarla a Jesús, tiene que culminar con esta confesión: todas las mediaciones anteriores palidecen ante el definitivo Mediador.

Es interesante sin embargo comprobar cuánta dificultad encuentran aquellas comunidades procedentes del judaísmo para desprenderse de los viejos moldes. A nosotros nos resulta muy extraña su manera de entender y explicar a Jesús, de modo que apenas encontramos validez en la mayor parte de sus símbolos y de sus expresiones.

c) Del Evangelio de San Lucas 14, 1.7-14.

Esta escena evangélica tiene dos partes: Parábola de los primeros puestos en la mesa (vv.7-12) y sugerencia al fariseo que lo invitó. Según algunos autores, ambas secciones parecen ser un comentario de sobremesa, después de observar cómo los invitados se disputaban los primeros puestos en el banquete. Se trata más bien de una actitud religiosa que tiene que ver con el puesto en el banquete del Reino.

En la “escala” que Jesús establece en la comunidad cristiana, el primer puesto es el último, el del que sirve. La humildad y la llaneza constituyen una opción básica del discípulo que vive en fraternidad el espíritu del Reino.

La segunda parte del evangelio es una instrucción de Jesús al fariseo que le convidó a comer. La elección de los comensales ha de evitar el cálculo interesado, viene a decirle el Señor, porque la ley del Reino, que es don gratuito de Dios al hombre, es el amor sin factura: “Cuando des una comida o una cena... invita a los pobres... Al no poder corresponderte, quedarás pagado cuando resuciten los justos”.

La gratuidad de Dios y de su Reino es lo que fundamenta nuestra opción, la propia del discípulo, que se expresa en relaciones de sencillez en el trato con los hermanos y en el compartir sin cálculo ni egoísmo lo que se tiene.

“Todo el que se enaltece será humillado”. Recordemos que el evangelio del domingo pasado concluía con una de las afirmaciones paradójicas que solía usar Jesús: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos” (Lc. 13, 30).

Hoy Jesús pronuncia otra sentencia lapidaria: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (14, 11). Saber estar y vivir con los otros, conociendo nuestras limitaciones, caminando con verdad y sencillez, y compartiendo desinteresadamente con los demás, es el estilo que Jesús nos muestra hoy.

Un camino más seguro para la realización personal y la felicidad humana que la trampa de la altanería, del engreimiento y del competir para ser más que los otros. Los primeros puestos atraen siempre la mirada y el deseo de todos, porque el éxito de los triunfadores se ha convertido en patrón de conducta.

Recordemos que también los discípulos de Jesús, al principio, ambicionaban los primeros puestos en el que ellos imaginaban que sería el reino político del Mesías, y discutían quién era el más importante entre ellos. Pero Jesús les advirtió: “Entre ustedes quien quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos”.

Jesús avala su enseñanza con su ejemplo personal: se humilló eligiendo el último puesto. Como dice San Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantosÖ Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre” (Filipenses 2, 6ss).

La actitud humilde del que no se valora por encima de nadie, sino que sabe colocarse en el nivel que le corresponde, es más importante en las relaciones sociales que la munificencia y la generosidad. Solamente el humilde llega a tener idea, aunque sea lejana, de la distancia que existe entre la pequeñez humana y la grandeza de Dios. O lo que es lo mismo, sólo los humildes pueden reconocer y glorificar la majestad y la grandeza de Dios. Como decía Santa Teresa: “La humildad es andar en la verdad”.

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