Santo Domingo 28°C/28°C few clouds

Suscribete

EL CORRER DE LOS DÍAS

Segismundo y la Guajaca

Avatar del Listín Diario
MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Trajo a cuestas la mecedora en donde hilvanaba sus sueños cada día. Un mecedora con brazos de ébano oscuro y tejido amarillento, sobre el cual la lluvia había hecho blanco muchas veces, porque en cuanto comenzaban los aguaceros del mes de mayo, don Segismundo, abandonaba su posición de descanso y se recostaba de medio cuerpo en el viejo catre militar tal y como lo hacía en la hamaca durante los días de calor.

Pero aquella tarde de octubre no pensó en que la influencia del mamey, árbol indígena, le haría cambiar la vida, porque los mameyes no responden al otoño debido a que siempre están en primavera, y pocos han visto secarse sus hojas y caer como una lluvia seca, amarillenta, casi mortal, la que avisa que el árbol esta triste y y narra para los entendidos, sus numerosos años con el tiempo descendiendo de su copa en forma torrencial antes de secarse.

Por eso aquella tarde Segismundo supuso que algo importante tenía que suceder. Y mientras dormía su siesta debajo del mamey, y despertaba debido al ruido que como un torrente producía la hojarasca que el viento inauguraba bailando y haciendo bailar las hojas, no pudo moverse de la mecedora, y como un condenado por la naturaleza esperó la lluvia, último juez de los años que le quedaban.

Cuando ésta llegó, Segismundo se arrodilló como un indio viejo frente al mamey y volviendo la cara al cielo vio que al árbol una vez centenario como él mismo, ya no le quedaban hojas. Entonces pidió a la ramazón que no era sino un esqueleto todavía con ciertos verdores, que le permitiera ser parte de ella, y sin escuchar la respuesta, se abrazó del tronco, y escuchó una voz que le sugería llevarse con él una pequeña rama aun viviente salida de la raíz del personaje vegetal que durante casi cien años había colaborado con la comunidad brindándole sus frutos. Una vez escuchó la voz, tomó la ramita y caminó como un sonámbulo hacia el bosque de algarrobos e higüeros y allí sembró aquel mágico retoño en donde quedaba un resquicio de vida. Fue cuando, sintiéndose morir, trajo a rastras su hamaca, su mecedora y su catre y pasó largas noches en un ida y vuelta hasta que vencido por un sopor extraño se dio cuenta de que el destino lo manejan dioses celosos propietarios de sus proyectos.

Hubiera querido florecer siendo una mata de jobos, o un bello y alto tamarindo, pero más de veinte años luego de su muerte, los vecinos, incapaces de entrar en predios ajenos, lo encontraron convertido en una enredadera que trepaba sobre un árbol extraño, donde la guajaca lo cubría como si fuera un capullo formando una capa que envolvía la pequeña selva que se había formado en tierras de Segismundo, desde el mismo día de su desaparición.

La guajaca, una enredadera epifita, que necesita un árbol para extenderse, cubre el mismo, pero no los seres sin savia, sino aquellos que forman parte de la vegetación. El hecho de que Segismundo estuviese envuelto en guajaca, como en un capullo de mariposa, define su interés de haber obtenido de algún modo alas, y de intentar volar algún día. Algunos afirman que han visto una mariposa grande posarse en el bohío destartalado de Segismundo, y que no hay dudas de que el alma de la mariposa visita la tumba del anciano cuando llega el otoño.

Tags relacionados