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IDEANDO

Obediencia a la ley

Así como hay miembros de la Amet que atropellan ciudadanos y se exceden en nombre de la ley; que se sienten por encima del bien y del mal; que entienden que la descortesía es un principio para darse a respetar; que piensan que su condición de empleado mal pago les da licencia para “buscárselas” como sea; que todavía creen que el civil no es gente ni merece respeto; en fin, policías truculentos y mal formados; también hay que decir que las calles y carreteras de nuestro país están llenas de “jefes” que se ofenden cuando les piden respetar la ley o les exigen la presentación de sus documentos. Es decir, personas que se creen por encima de todo y de todos. Además de su pobre formación escolar, de su débil capacitación, de su baja remuneración, de su origen humilde que lo llevan a la institución más que por vocación por necesidad, de las grandes precariedades bajo las cuales desarrollan su labor, etc., los agentes de la Amet tienen que lidiar con la soberbia de los que blanden tarjetas para exhibir su jerarquía social y de los que desean orden en el tránsito siempre y cuando ese orden no empiece por ellos. Aunque esa condición no justifique algunas de sus inconductas, es justo de ponderar el escenario en el que actúan y la cantidad de adversidades que rodean a un agente de la Autoridad Metropolitana del Transporte.

Todos hemos sido testigos de los excesos de autoridades y civiles. Abundan historias de todo tipo donde parientes cercanos y lejanos de los “jefes” “barren el piso” con agentes de la Amet, así como historias que muestran grandes abusos policiales que empañan la imagen de esa institución.

A esta situación se le debe poner algún tipo de control. Ni agentes, ni civiles, ni parientes de autoridades civiles y militares, nadie está por encima de la ley.

Necesitamos agentes correctos, preparados, bien remunerados y motivados, que estén en condiciones de aplicar la ley al precio que sea; policías que honren el uniforme y la institución; pero también necesitamos ciudadanos tolerantes y respetuosos que acojan de buena manera las normas de tránsito y que no crean que su cercanía con un funcionario o su condición como tal les da licencia para barrer el piso con la autoridad. Pienso que hay poca conciencia y mucha altanería. Poca autoridad y mucha agresividad. Es hora de que impere la civilidad. Comencemos por obedecer la ley y nos ahorraremos muchos contratiempos.

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