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VIVENCIAS

No parar de reír

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

Nadie sabe cómo y porque vía llegó a las manos de Prudencio Juvenales, una promoción resaltando un catalogo de valores, gerenciado por un grupo de “notables ciudadanos”, que a su mejor consideración se sienten comprometidos con una mejor vida en sociedad. Para Prudencio este envío imprevisto fue revelador, ya que en algunos de estos círculos sociales empeñados en corregir los males que asedian a la sociedad, son coordinados por gente convenientemente maquillada para desarrollar sus empresas particulares.

En puridad de verdad, Prudencio quedó fascinado de lo bien maquetado de esta colección de valores. Pero no pudo evitar, hacer una especie de “lectio moralis”, para determinar si los valores expuestos estaban en consonancia con el comportamiento de los expositores, por aquello de que la coherencia es el “valor que nos hace ser personas de una pieza actuando siempre de acuerdo a nuestros principios”.

El atrevimiento de Prudencio de aventurarse a reflexionar mediante una oportuna “lectio” aquella bien diagramada colección de valores, le costó caro, pues al hacer el empalme entre los valores y los testimonios de vida de los emprendedores moralistas, sufrió de un ataque de risa, que no podía controlar, por lo que tuvo que ser llevado de urgencia en horas de la madrugada a un centro hospitalario, donde los médicos que le atendieron al ver que no paraba de reír, se preguntaron si se trataba del síndrome de Angelman, de un ataque de histeria o de nervios.

Pero cuando el pariente que condujo a Prudencio para que lo atendieran en el centro hospitalario, mostró a los médicos la causa de esta risa incontenible, ocurrió igual que en aquella epidemia de ceguera de Saramago, se contagiaron sin previa existencia de patología, y hoy es la fecha que todavía no paran de reír.

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