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EL CORRER DE LOS DÍAS

Una visita al romanticismo

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Hijos ambos de José Bécquer, pintor, Valeriano continuo la vocación de su padre y Gustavo Adolfo la de las musas poéticas. En una misma línea fueron similares porque ambos fueron representantes de un romanticismo casi simultaneo, y ambos murieron el mismo año de 1870, Valeriano tres años mas viejo que el autor de Rimas y Leyendas, de tardia y excepcional raigambre romántica,

Hasta hace poco recordaba el nombre del periódico estudiantil donde publique mi primer artículo. Su director era Manolin Jiménez, compañero de estudios en el Liceo Secundario Presidente Trujillo. Recuerdo que buscaba entre los estudiantes a aquellos que se consideraban con vocación para la escritura y algo tímidamente me acerque a el para proponerle escribir una biografía de Gustavo Adolfo Becquer, gran poeta romántico nacido en 1836 y fallecido en 1870. Todavía en 1950 Bécquer era considerado por nuestros padres y abuelos como un versificador que había influido a poetas dominicanos como Fabio Fiallo, Apolinar Perdomo, y métricamente a Pellerano Castro lo mismo que a Enrique Henríquez. Hoy Bécquer yace vencido por un tiempo modernizante, en el cual la métrica ha desaparecido y el romanticismo también. Recuerdo haber visitado en la iglesia catedral de Sevilla su tumba. Allí están sus restos mortales orlados por la oscuridad del recinto. En el ángulo oscuro de la catedral, donde los ángeles cuidan también los de su hermano, Valeriano, pintor de temas sevillanos. Compañero durante gran parte de su biografia, y propulsor de una pintura en la que el colorido rico se asienta en la temática popular de los pueblos, como se aprecia las obras que se exhiben en el Museo del Prado.

Gustavo no solo fue un romántico de la poesía, a quien se atribuyan influencias del poeta alemán Enrique Heine, sino un prosista maravilloso en cuyas Leyendas estalla una prosa poética que hoy pocos leen, porque la mayoría de los románticos de hoy ven en sus poemas una obra acabada.

Cuando le propuse a Manolo Jiménez mi primer artículo, ya me había atrevido a versificar imitando al poeta, del cual hay huellas en mucha de la poesía americana, donde reinaban también los versos de Campoamor y las rimas del Tabaré de Zorrilla, en las que cayendo al rio, la flor producía ondas que morían en el silencio del juncal. Ya en ese tiempo los veinte poemas y la canción desesperada de Pablo Neruda, imitado por Buesa, daban el último adiós al romanticismo tropical antillano, encarnado en nuestro país por Héctor José Díaz, mientras el Neruda jovencísimo había declarado con mucho tiempo: Te recuerdo como eras en el último otoño, eras la boina gris el corazón el calma.

En la misma catedral de Sevilla los supuestos restos del Almirante Colon gozan el oscuro prestigio de su gloria, cerca de los hermanos Bécquer, mientras algún estudiante de literatura romántica dice algunos versos de memoria, los restos del Almirante, un romántico a destiempo, quisieran contestar, pero el Almirante mismo no sabe si esas cenizas le pertenecen y prefiere el horrido silencio que generan las misas obispales el 12 de octubre de cada año.

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