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FE Y ACONTECER

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

a) Del libro del Deuteronomio 26, 4-10. El capítulo 26 de este libro contiene las prescripciones rituales, es decir lo que debía observarse al presentar las ofrendas. Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en herencia, cuando tomes pocesión de ella y la habites, tomarás primicias de todos los frutos que coseches de la tierra que va a darte tu Dios, lo meterás en una canasta, irás al lugar que el Señor tu Dios haya elegido para morada de su Nombre, te presentarás al sacerdote que esté en funciones por aquellos días y le dirás: Hoy confieso ante el Señor, mi Dios, que he entrado en la tierra que el Señor juró a nuestros padres que nos daría a nosotros. El sacerdote agarrará de tu mano la canasta, la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios, y tú recitarás ante el Señor: Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unos pocos hombresÖ Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron, y nos impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, vio nuestra miseria, nuestros trabajos, nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que me diste, Señor.

b) De la Carta de San Pablo a los Romanos 10, 8-13. Se desconoce quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla del Evangelio a Roma. Se ha conjeturado que pudo ser algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua. Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas en su afan universalista dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos. El mismo Lucas, ya lo hemos dicho en otra ocasión, menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila, que tuvo que huír de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio en el año 49. Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío apóstol de los paganos, este dato era muy importante.

Aquí cabe una pregunta: ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente?

Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano, a la capital del imperio dedicará su carta principal. (Cfr. P. Luis Alonso Schˆkel, Introducción de la Carta a los Romanos).

c) Del Evangelio según San Lucas 4, 1-13. Aquí encontramos las tentaciones tal como las presenta Lucas, en relación directa con la vocación mesiánica de Jesús, vocación que no puede desligarse del ambiente histórico, sociológico y económico de la época de Jesús.

En ese contexto, Jesús debe madurar su opción, su vocación, ¿cómo llevar adelante la tarea que su Padre le ha encomendado?

En este capítulo 4 de San Lucas aparecen las tentaciones a que Jesús quiso someterse. Así narra San Lucas las tentaciones a que Jesús se sometió en ayuno riguroso. Al final sintió hambre. El Diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le respondió: No pondrás a prueba al Señor tu Dios.

No es la Cuaresma un tiempo sombrío y triste, deprimente y propicio a una espiritualidad evasiva del mundo y de sus problemas. No, el Desierto siempre será prueba. Es la vida misma, llena de posibilidades para el servicio de Dios y del hombre nuestro hermano, así como para la victoria con Cristo sobre la tentación y el mal. Aquí en la libertad humana, que Dios respeta, se juega la carta de nuestra grandeza y de nuestra miseria.

Como en el caso de Cristo Jesús, del viejo Adán y del Antiguo Israel, estas son algunas de las tentaciones más frecuentes para el cristiano de hoy en el Desierto de la vida.

Materialismo consumista. Es hambrear el pan material, es decir, todo cuanto supone el tener y gastar cosas, con olvido de la primacía del Reino de Dios y sus valores.

Es primar el tener sobre el ser. Es disociar la fe de la vida. Es olvidar que no solo de pan vive el hombre, sino también de la Palabra de Dios.

El cristiano que adopta como guía de su vida los criterios evangélicos de Cristo, especialmente las Bienaventuranzas y más en particular la bienaventuranza de la pobreza, descubrirá que inevitablemente es objeto de contradicción en el mundo, pues chocará frontalmente con el materialismo imperante. Si esto no se da en nuestra vida es señal de que jugamos la doble carta de una fe teórica y de un materialismo práctico. Pero Jesús nos avisa: No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero.

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