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EL BULEVAR DE LA VIDA

Un silencio y un mínimo respeto

La historia Ellos instalaron a Trujillo “en el trono del mando y del castigo”, desde donde pudo desarrollar sus potencialidades de asesino. Fueron ellos quienes interrumpieron el primer intento democrático en nuestro país, y cuando los hijos de esta patria digna y decorosa (-los más jóvenes deben saber que alguna vez fuimos dignos y decorosos-) marcharon hacia el Puente Duarte a exigir la vuelta a la Constitución, “y con voz de fusiles en las calles salió a cantar el corazón del pueblo”, entonces, el imperio “con la sangre de muchos en las manos, hizo desembarcar sus marineros”. Aplastado el orgullo patrio entre fusiles -y traidores que nunca faltan en estas groserías-, instalaron a un tiranuelo en Palacio y en doce años hubo -siempre mal contados y con su supervisión directa, por supuesto- algo más de dos mil dominicanos muertos. Y cuando ese modelo de sangre se agotó, permitieron que el otrora partido de la esperanza nacional, ay, el PRD, ya neutralizado, servil y obediente (justo y como el PLD 18 años después) llegara al poder. Era agosto de 1978.

La Viña de Naboth Desde “La Viña de Naboth” que describe don Sumner Welles en su obra del mismo título, (invasión 1916), la embajada estadounidense ha estado presente con más o menos disimulo en todas nuestras gracias y desgracias. Hoy, sus agencias (USAID, MAAG, CIA, DEA) dirigen el país con las nuestras como intermediarias. Así íbamos tirando los dominicanos, cuando un buen día llegó el nuevo embajador, Don James “Wally” Brewster, Jr.. Gracias al Dr. Google, supimos de su condición de defensor de los derechos de las minorías en la sociedad estadounidense. Quizás por eso a la primera oportunidad -el lanzamiento de El Sol de la Tarde, de la emisora Zol FM donde laboramos,- aprovechamos para saludarle cordialmente. Por lo menos teníamos de Procónsul no a un intelectual propiciador de la Operación Cóndor, a un matón de la Guerra Fría, sino a un activista de los derechos humanos, defensor de las minorías, y qué bueno.

De Yankee go home a Yankee welcome. Así andábamos, agradeciendo las buenas formas del señor, llevando con resignación nuestra condición de colonia: exhibiendo bandera, votando en la ONU, cantando el Himno donde se pudiera, pasando poco a poco de “Yankee go home a Yankee welcome”, cuando en un destape de inusitada crueldad y abuso innecesario, don Wally, El Embajador, viene y se planta ante el país y nos recuerda su derecho a intervenir en nuestros asuntos internos; nos canta verdades, nos cita vergüenzasÖy si faltaba tufo imperial en sus palabras, pide a quien no esté de acuerdo con su intromisión entregar el visado de la Metrópolis.

Los responsables IMPORTANTE: Uno suscribe las públicas críticas del Pro-Cónsul a nuestros líderes políticos y empresariales, sólo que el mostrar las vergüenzas nacionales -de acuerdo al Tratado de Viena del que EE.UU y RD son firmantes- no son funciones de un embajador extranjero. Hablo de unas vergüenzas que tienen como principal responsable a nuestras élites y a nuestros votantes, sí, pero como segundo responsable al gobierno de EE.UU. y su larga lista de afrentas a patrias soberanas, incluida la que alguna vez pudimos ser, Juan Bosch 1963, por no olvidar; abril 1965, para decir.

Un silencio... Entonces, un silencio, un público silencio Embajador. Que sus agencias nos sigan gobernando por lo bajo, con sus testaferros conocidos. Baje línea en sus reuniones, visite al Presidente con truño, pero evite esos públicos arrebatos que incluyen ya hasta despachar durante horas frente al mar con el jefe del Ministerio Público, o amenazar con quitar la visa al funcionario que no le reciba en su despacho inmediatamente usted lo pida. Un silencio, Su Excelencia, que si al embajador dominicano ante EE.UU., en un momento de suicida lucidez y divina locura le diera por pronunciar en el “Restaurant de Caridad” del Alto Manhattan una conferencia sobre el liderazgo mundial del oprobio de los marines Yankees, o una extensa charla sobre las vergüenzas internas de la sociedad estadounidense, entonces, no habría espacio en toda una edición dominical del New York Times para contarlo.

Y un mínimo respeto Ya sé que al “norte revuelto y brutal” no le atemorizan “las ganas de morirse que tienen estos pueblos”, que es Usted, Embajador, la personificación de “un portaviones todopoderoso, un dios marino que vomita fuego”; por eso mi petición solo abarca su silencio, un silencio, Su Excelencia, y si no es mucho pedir, un respeto, un mínimo respeto. Con su permiso.

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