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TIEMPO PARA EL ALMA

“¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó la misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.

Lc. 10.36 y 37.

La misericordia. Si estamos donde estamos hoy, si gozamos de salud, si tenemos un trabajo, si podemos ver, escuchar, hablar, respirar o caminar; si podemos disfrutar de un nuevo día o si tenemos buenos amigos, sepamos que es por la misericordia de Dios.

Mis queridos hermanos, ¿Qué somos? ¿Quiénes hemos sido? ¿Cómo nos hemos comportado? ¿Qué lugar le hemos dado a Dios en nuestra vida? Por buenos que hayamos sido o seamos, nuestra intrínseca imperfección nos distancia de ser dignos de merecer tanta misericordia de Dios. Su amor y su infi nita misericordia nos han puesto donde estamos.

Pero la misericordia no solo para recibirla y acuñarla, es para entregarla a los demás –sobre todo partiendo del hecho de que no la ganamos, es un regalo-. La misericordia no es un trofeo, es un llamado a hacer de ella un ejercicio, una práctica diaria.

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