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Tiempo para el alma

“Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”. Lc. 11: 39-41.

No hay integridad si hay hipocresía. No hay honestidad si hay hipocresía. No hay verdad si hay hipocresía. No hay bondad ni benignidad si hay hipocresía. No hay fidelidad si hay hipocresía. No hay solidaridad si hay hipocresía. No hay compañerismo si hay hipocresía. No hay lealtad si hay hipocresía.

La hipocresía mutila todo lo bueno: lo daña, lo seca, lo pudre. Los seres humanos tenemos defectos, y la hipocresía es un defecto; cultivarla es peor, es malsano y repulsivo, sobre todo cuando se convierte en un vicio, cuando se vuelve un sello personal. Si tan solo entendiéramos cuánto daño nos hacemos a nosotros y nosotras mismas cuando llevamos y practicamos la hipocresía.

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