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El PLD: de las imprecaciones al desagravio

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Daniel Beltré LópezSanto Domingo

Los ateos suelen negar la existencia de Dios como un acto de convicción filosófica en el que lo fundamental es la materia. La fe resulta ser una categoría inútil. La religión es para el ateísmo la autoconciencia del hombre que no se ha conquistado a sí mismo o que ha vuelto a perderse. Todo lo ideal resulta ser un epifenómeno derivado de la realidad material. En síntesis, lo fundamental, lo primero, es la materia. Aun cuando no se tiene noticia de la partida de defunción, el ateísmo ha llegado a la paradoja de proclamar que Dios ha muerto.

En cambio, para los creyentes, Dios es hacedor de toda vida, creador del universo, suma de toda eternidad. Es cierto que el mundo de la fe ha sido estremecido por grandes escisiones, pero difícilmente un creyente se haga a la absurda empresa de negar a Dios, de negar su obra creadora. Ese compromiso de conciencia ha sido la clave de su imperio durante más de dos mil años.

El PLD fue concebido como una obra de pensamiento, modelada en términos organizativos mirando hacia la iglesia católica, el ejército y los encuadramientos políticos verticales de que nos habla la historia de las ideas. Los apuros fundacionales dotaron al Partido, de símbolos, colores, lenguaje, liderazgo, organicidad y métodos de trabajo; pero una horda de novatos ha sugerido con cierta fortuna aniquilar la espiritualidad primigenia sobre la que hubo de levantarse la obra prócera de Juan, la que pensara como su mayor querella en defensa del hombre irredento y de la patria yugulada.

El PLD más que dividido está sublevado. El asalto a su proverbial disciplina, la agonía de su lengua, la negación de su obra, la cadena de imprecaciones y agravios a su más trascendente liderazgo, la organicidad derretida y la proscripción de los principios, nos autoriza a hablar de una suerte de boschismo al revés que procura invertir el orden de las cosas a fuerza de venganza hedónica, gestada por una pequeña burguesía arribista, codiciosa, maledicente, consumidora, cuyos roles históricos han estado siempre comprometidos con las asechanzas que llevaron la ruina a la República.

Esa pequeña burguesía, ávida de poder, glotona de publicidad y canonjías, está llevando la moral colectiva a sus niveles más miserables, la gente comienza a perder la confianza en las instituciones y la fe en la viabilidad de una democracia que se le ofrece usurpada. Es posible que la población aspire como siempre a recobrar las esperanzas mutiladas, cuando no perdidas, pero esa oportunidad no llegará sin un cambio de actitud en quienes les dirige y sin la ocurrencia de acontecimientos cuya materialidad permita a las multitudes convencerse de que asisten a un mundo en el que no caben las fantasmagorías y los retruécanos verbales.

En aquel escenario no germina la victoria. Se precisa unificar la obra y el lenguaje, regresar a los principios que acreditaron nuestra decencia, aquellos que convirtieron a nuestro Partido en escuela de conocimiento, justicia, decoro y esperanza ciudadana. Aun podemos dar paso a la fecundidad, basta con que el PLD pacte con el PLD.

El PLD debe ser exorcizado por un profundo proceso de autocrítica que culmine con la revalorización de su obra de gobierno y con el desagravio, que de cualquier modo operará la historia, de su líder más sentido, Leonel Fernández, ahora convertido en el cirineo llamado a cargar nuestra pesada cruz electoral.

Es verdad que todo fluye, aun nosotros mismos somos ya otros, diría Heráclito; pero no es posible que hayamos cambiado tanto que no seamos más que nuestra propia negación. El PLD fue concebido como un partido de militantes pero ha terminado convertido en un partido de aspirantes. De ser un partido de organismos hemos pasado a ser un partido de personas en donde el individualismo ha superado el compromiso de servir al pueblo. Esa descomposición ha hecho irrealizable en el PLD la explicación de la política a partir de la doble cara del dios Jano; la lucha descarnada ha monopolizado todo nuestro quehacer aniquilando cualquier escenario de integración. Es hora de prescindir del marketing que impide se abra paso a la verdad debida.

El autor es miembro del Comité Central del PLD

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