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EL CORRER DE LOS DÍAS

Leteo

(I)

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Algún amigo me pidió repetir las ideas de este artículo sobre la memoria, y he de complacerlo.

Según la mitología griega el río Leteo era el que los dioses habían creado para aquel que quisiera borrar su memoria. En la filosofía griega la memoria y la voluntad eran el valor más apreciable, porque tenerlas y usarlas, aun con la ayuda de los demás, significaba poseer la mejor de las condiciones humanas y por tanto, liberarse de la memoria y con ella del pasado. La memoria ha sido desde entonces un tema fundamental en la vida cultural europea y más tarde en la de los pueblos americanos. El filósofo Sócrates fue el modelo mayor de suicidio planificado filosóficamente. Yo diría que si hubiese elegido el río Leteo, arrepentido de lo pensado y perdida su memoria, no hubiera existido sino como un señor de barbas que un día decidió no pensar más.

Pero quizás no contaba con otra memoria como la de su discípulo Platón al que cometiendo un error dejó toda su memoria y pensamiento escribiendo éste todo cuanto pudo salvar.

Yo he luchado por conservar de algún modo la memoria, pero en vez de hacer de ella algo casi repetible, le he ido convirtiendo en mis textos literarios como elemento novedoso que nunca es igual. Es la razón por la que muchas de mis creaciones son la repitencia de un viejo barrio que no se decide a desaparecer, y que por el contrario me sugiere permanentemente que transforme sus recuerdos y que recupere nuevos personajes, nuevas escenas, nuevos modos narrativos. Supongo como imaginador que aquellos que arrepentidos de haber entrado al Leteo el río que producía olvido, cuando escapaban del mismo, si ello hubiese sido posible, algo habiendo perdido esa memoria de la que en principio huían y con su memoria fracturada a cuestas podrían angustiosamente tener una nueva vida de incoherente memoria a medias. Cuál es la parte de la memoria que se muere con nosotros y cuál la que vamos dejando en el camino. Son inquietantes preguntas sin respuestas.

Pero en una manera de pensar más cercana a Dostoievski que a Esquilo pienso que al río Leteo iban los que perturbados por el pasado, preferían dejarlo en manos de quienes no lo conocían, de modo tal que aunque las aguas del Leteo borraran los sucesos, sus coterráneos, dueños de lo que se ha llamado la “memoria transitoria” pudieran solo imaginar, basándose en el residuo de esa memoria.

Bañarse en las aguas del Leteo eliminaba de las mentes el recuerdo, solo que la eliminación de ese pasado en la vida personal no se producía en la paralela memoria cotidiana de los que conocían al “memorante”. Mucha de la memoria borrada seguía existiendo en los demás, en los que de algún modo fueron partícipes de la misma. Existía, pues, el peligro de que alguien viniese con tu pasado al hombro y tratase de recordártelo con alguna acción nada explicable para ti, como pudiera haber sido una venganza, un recuerdo hiriente o una historia sin marca en tu vida actual.

Supongo que los personajes de una novela adquieren el temor de no ser ellos cuando el escritor les designa una vida en la que solo vive lo que el escritor utiliza para conseguir su concreción literaria. La angustia dejada con la memoria en las aguas, la angustia que acompaña a toda memoria, no era ya sino anécdota manejada por un conviviente de memoria completa, donde habitaban hechos que una vez recordaste completamente, y que tienen ahora huecos que no puedes rellenar. Cuando retornas del Leteo te asombras de lo que ti dicen los demás. Te asombras, si eres un personaje de novela ya creado, de lo que dice el autor sobre ti.

Se renuncia al pasado borrándolo en el Leteo, cuando ya la memoria se ha convertido en una especie de auto-tortura o bien cuando ya, vencida y olvidada en sí misma, no sirve mucho y es mejor bañarse en el Leteo que tomar pastillas para el mal de Alzheimer. En este caso el pasado no es vicario, como en aquel pasado que nutre nuestras literaturas y que es enriquecido o bien empobrecido por los artistas.

Todo hombre es su pasado y su voluntad en transformación, por tales razones las aguas del Leteo eran propicias para un húmedo y sacramental “suicidio de la memoria”. La resurrección de la misma no está apuntada en la mitología helénica, pero como una contrapartida para la recuperación de la memoria perdida debió existir un oráculo capaz de informar dónde estaba el río con nombre secreto, un río anti-Leteo en el cual la memoria podría ser recuperable. Pero esa solución no hubiera estado con los rubros y parámetros de la tragedia. Cuando Zaratustra conversaba con su sombra, especie de memoria que le seguía a todas partes, señalaba que pese a cualquier tropiezo, era eterna. La memoria que se considera obnubilada, lo mismo que la sombra que propone Nietzsche, no nos abandona. La memoria olvidada queda en un depósito de la mente del que has perdido la llave.

Si los suicidas del cuerpo y la carne se hubiesen bañado el Leteo, solo su memoria habría escapado, pero no las culpabilidades que las memorias ajenas conservaban o bien las bondades de una vida sin máculas que fueron parte de nuestra biografía.

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