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No demos tregua al dengue

El incremento de los casos de dengue en 78% con relación a igual período del 2014 y, más que eso, que haya producido 73 muertes en lo que va de año, según reportó el Ministerio de Salud Pública, han empezado a poner en evidencia la necesidad de que no debemos dar tregua al dengue, razón por la que continúan en alerta 24 de las 32 provincias del país.

Se trata de 6,200 casos, lo que pone a los hospitales y servicios de salud en la obligación de seguir al detalle el protocolo de tratamiento, mejor llamado “Guía para el manejo clínico del Dengue”, elaborado por el Ministerio. Tantos casos revelan que el dengue amplía su letalidad en el país, comparada con la de países con treinta veces más casos y, sin embargo, con una letalidad muy inferior.

Es urgente hacerlo toda vez que permite a los médicos acumular un know how ante este mal endémico cuando el cambio climático parece estar contribuyendo mucho a una dramática e intensa proliferación del mosquito Aedes Aegypti en los trópicos y sub trópicos.

Los organismos de salud del mundo y los especialistas han quedado sorprendidos ante la adaptabilidad del vector y, especialmente, ante el hecho de que ha colonizado el hábitat humano, haciéndolo su entorno vital. Habita especialmente donde la pobreza o problemas de sub urbanidad propician el descontrol del aseo público y las aguas estancadas.

Aunque áreas médicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo intentaron echar algo de agua al agriado tema de la responsabilidad médica y hospitalaria en las muertes por dengue, la OMS y los centros de vigilancia epidemiológica mundiales que tienen los ojos puestos sobre su comportamiento en Las Américas reportan con precisión los tipos de “cepas” que en el país producen el mal, por lo que este no es atribuible a causas novedosas o desconocidas, a pesar de que en otras naciones se denuncie la presencia de cepas artificiales.

Entre nosotros el asunto se resuelve, pues, en el sistema hospitalario, y apunta hacia la necesidad de mejorar los servicios, atención, tratamientos médicos y diagnósticos, como ha señalado el Ministerio.

Es imposible dejar de observar, también, la necesidad de un mayor presupuesto para la salud. En honor a la verdad, la tarea de prevención realizada por el Ministerio ha desplegado sobre el campo de esta batalla un amplio ejército, integrado por instituciones, colaboradores y comunitarios cuyos esfuerzos loables pueden ser rápidamente erosionados por dos factores. El primero: una nueva tanda de lluvias y, en consecuencia, la reaparición del escenario propicio para la reproducción efectiva y la repoblación del vector. Segundo: que esas extraordinarias acciones del Ministerio sólo están acompañadas por la responsabilidad de la opinión pública y la solidaridad de medios y periodistas ya que un plan de comunicación amplio y efectivo, que toque los sectores más vulnerables, ha sido imposible de poner en marcha por razones que están a la vista de todos, lo que apunta y pone en abismo la necesidad de reglas vinculantes y de significado público sobre la radiodifusión y las frecuencias.

A ese panorama se integra la irresponsabilidad ciudadana y, junto a ella, la cultura de prevención e higiene de la población. ¿Qué higiene se puede pedir a quienes viven profundamente subsumidos por la marginalidad?

¿Qué higiene se puede esperar de quienes con sus espurios presupuestos deben decidirse entre gastar para mantener la salud o hacerlo para sobrevivir?

¿Satisfacer el hambre o la higiene personal, doméstica y, desde estas, la colectiva?

Son esas causas aunadas, entre otras, las que hacen temer que el dengue haya llegado para quedarse. Y las que colocan en el plano de lo urgente, como hicieron los diputados, la necesidad de enfrentar el dengue con mayor determinación en una nación negada a aprender de su dolor y experiencias.

Ellos, que próximamente serán claves para decidir sobre el presupuesto del Estado para el 2016, tendrán la mejor oportunidad posible de hacer práctica su observación produciendo pequeños ajustes en los fondos que asignarán para que, tomando granitos de aquí y de allá, puedan formar una cartera financiera eficiente dirigida a los programas de salud colectiva, a la prevención epidemiológica, a la educación ciudadana a través de la comunicación y a la mejora constante de las condiciones sociales de los centros, hospitales y servicios de salud como del personal médico y paramédico.

En tanto ello ocurre, está claro que los servicios diagnósticos como la atención médica y la gerencia hospitalaria deben esforzarse más para detener, reducir y eliminar las muertes por dengue.

El Ministerio de Salud Pública no puede mantenerse todo el tiempo fumigando y empujando para que los ayuntamientos y familias cumplan su responsabilidad ante la salud colectiva y la propia.

En otras palabras, que, aunque lo haga con determinación, el Ministerio de Salud no está para andar poniendo cloro en tanques, eliminando envases plásticos y gomas de patios y azoteas y, mucho menos, para limpiar cañadas, calles ni recoger basuras. El ministerio de Salud Pública no es una organización de servicio de higiene urbana o doméstica a la ciudadanía, sea pobre o rica.

Cada quien debe asumir su responsabilidad. Entre ellos, ayuntamientos, legisladores, médicos, personal paramédico, gerencial y, especialmente, la ciudadanía.

La propagación del dengue dice que hay muchos nodos que no están asumiendo su responsabilidad. Que ni se interesan en el tema, según se discierne del bajo nivel de lectoría que concitan las noticias sobre el dengue, en abierta contradicción con las muertes que produce y, desde el punto de vista del cuidado de la salud, lo que se supondría racional.

Como vemos, son muchos los factores, incluso culturales, los que están propiciando la expansión de esta enfermedad en el territorio nacional.

Ella se detendrá sólo cuando no demos tregua al dengue.

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