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COGIÉNDOLO SUAVE

Periodista añejo con poco espacio

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Mario Emilio PérezSanto Domingo

Recientemente envié un artículo a este diario, comentando la obra Pecados Enfrentados, de Bill C. Davis, en la que tuvieron soberbias actuaciones el polifacético y veterano hombre de teatro Franklin Domínguez, y el joven actor Exmin Carvajal.

Al hacerlo, pensé que ya la destacada crítica de arte, mi hermana afectiva Carmen Heredia de Guerrero, había escrito sobre el tema con la destreza, la belleza y el talento que caracterizan sus crónicas, y temí llover sobre mojado.

Por esa circunstancia, exprimí al máximo mis neuronas, y apelé a fundamentar mi comentario en unas declaraciones que leí de la laureada actriz norteamericana del cine, el teatro y la televisión Meryl Streep.

La estrella del firmamento de Hollywood afirmó que cuando asumía un personaje en el cine, pasaba varios días pensando, actuando, y hasta gesticulando como este en su trajinar cotidiano,

Tiempo después asistí a un conversatorio que sostuvo con numeroso público en la Academia de Letras el consagrado actor y escritor Yván García, y le pregunté si en alguna ocasión le había ocurrido lo mismo. Yván avaló su respuesta afirmativa, indicando que su esposa, presente en el acto, no lo hubiera dejado mentir, porque tenía numerosas pruebas de ello. Frente a las insuperables caracterizaciones de Franklin en el papel del cura José María, y de Exmin como el seminarista cuestionador, apelé a mi sentido del humor en el artículo que escribí.

Y aseguré en él que no me sorprendería ver a Franklin fungiendo de sacerdote sin sotana en cualquier esquina de la ciudad, por su total inmersión en ese personaje durante varios días de presentaciones.

Confieso que nunca vi en el escenario de la Sala Ravelo a mi viejo amigo, sino a un temperamental sacerdote de una iglesia católica de cualquier barrio de la capital dominicana.

Pensando que mi imaginación se había crecido, escribí la crónica, y la envié en mi condición de colaborador a la sección Entretenimiento de este diario, que dirige el ilocalizable y sagaz comunicador Ramón Almánzar.

Los días fueron pasando, y nada de ver la publicación del trabajo, por lo cual apelé al celular del escurridizo caballero, tras utilizar inútilmente sus extensiones telefónicas en el periódico, con el fin de externarle mi protesta.

No logré mi objetivo, y hoy me pregunto si la omisión obedeció a carencia de espacio, al olvido inexcusable en un hombre joven, o a que no le gustó al exigente caudillo periodístico la osada exhibición de mi octogenaria creatividad.

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