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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El Concordato de 1933 con el Reich ante la historia

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Manuel P. Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Tanto la Santa Sede, como los obispos alemanes consideraron necesario el Concordato con el Reich de Hitler, pues mediante las leyes del 28 de Febrero y la ley de poderes extraordinarios del 24 de marzo, Hitler podía dejar sin efecto la Constitución. El Concordato sería la única protección.

De hecho, desde septiembre del 1933 hasta los finales del 1934, abundaron las notas de protesta vaticanas contra el gobierno de Hitler, señalando las violaciones contra la libertad de asociación, la educación de la juventud, la parálisis de la prensa católica, la remoción de profesores, las injerencias en los Seminarios, la difusión de ideas anticristianas, y los sacerdotes presos, ¡se enviaron más notas de protestas que durante la Kulturkampf de Otto von Bismark! Solamente, el Secretario de Estado Pacelli envió 55 notas de protesta a Berlín entre 1933 y 1939, en las cuales no sólo defendía los intereses de las instituciones católicas, sino que se trataba de “verdaderos cursos de derecho natural” (Nueva Historia de la Iglesia Católica, NHI, V, 1984, 488, nota, 44). Lamentablemente, ninguna de esas protestas tuvo que ver con la política criminal contra los judíos, tema que abordaré en su momento.

Como ya se ha dicho, el Concordato con la Santa Sede fue un éxito para Hitler en el plano internacional, como había sucedido en el caso de Napoleón en 1801. Adormeció la conciencia de muchos católicos. Que Hitler se convirtiese en el Canciller de Alemania significaba para el Episcopado alemán un hecho no deseado, una derrota. Se preveía que el frente anti comunista quebraría. El mismo episcopado alemán apoyó la concesión de plenos poderes a Hitler el 24 de marzo de 1933.

Ante los que aconsejaban no llegar a ningún acuerdo con Hitler en 1933, el Cardenal Pacelli se expresó así: “Se puede empezar con facilidad una guerra religiosa, pero muy difícil de mantener y los católicos de la nación afectad tiene el derecho a saber que el gobierno supremo de la Iglesia hizo todo lo que estaba en sus manos para ahorrarles ese trago amargo” (Coppa, 1999, 137 - 138).

Los que valoran negativamente el Concordato señalan cómo Mons. Kaas habría sacrificado el Partido del Centro a unas vagas promesas en lo tocante al mantenimiento de las escuelas confesionales. Alegan que en la práctica, el Concordato resultó de poca utilidad; los decretos que regulaban su aplicación “ni siquiera llegaron a promulgarse”. Los nazis violaron las estipulaciones más claras. Lo que fue una lucha solapada al principio, se fue haciendo cada vez más abierta. Los enemigos del Concordato también le critican a Pío XI su anti bolchevismo visceral que le movió a descalificar al Partido Popular del P. Sturzo como débil ante el comunismo. Cuando el fascismo saque las uñas del nacionalismo fanático, Pío XI cambiará, pero ya será demasiado tarde.

Los que ven algún valor en el Concordato alegan que el Concordato dio una base jurídica a católicos contra violaciones libertad e impidió que se rechazasen como injerencias en los asuntos alemanes los pronunciamientos de la Santa Sede. Afirman que a la larga, Hitler obtuvo pocas ventajas e incluso llegaría a considerarlo como “una molesta atadura”. Pacelli lo consideró como “una excelente línea defensiva”. Volvería a repetirlo siendo Pío XII.

Personalmente pienso que el Concordato causó entre muchos católicos: “desilusión y descontento con la jerarquía eclesiástica”. Ya en 1935, los obispos Clemens August Graf von Galen de Münster (hoy en día, beato) y Konrad von Preysing de Berlin abogaron “por un proceder más agresivo y por iluminar a fondo la conciencia del pueblo católico y recurrir a la opinión pública, no ciñéndose a la pura diplomacia y a una <>.”

Sus nombres aparecerán de nuevo durante la Segunda Guerra Mundial. Nos toca examinar otros aspectos pastorales del pontificado de Pío XI.

El autor es profesor asociado de la PUCMM

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