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PENSANDO

El que mata a una mujer

En el año 2014, los femenicidios en la Rep. Dom. alcanzaron la cifra de 88 asesinatos y en los primeros cuatro meses del 2015 se han registrado un total de 64 víctimas, lo que da una proyección de 252 homicidios al concluir el año, cifra alarmante que refleja la poca valoración que se tiene de la familia y el paternalismo responsable que debe ser directamente proporcional a la protección de la mujer como ente de equilibrio emocional, porque en su gestación es a ella a quien le toca por Ley Divina cuidar de un producto que al dar a luz es el paso a la vida.  

Fuere cual fuera la razón, matar a una mujer es el hecho más abominable e injustificable que puede ocurrir en una sociedad, y por demás, un acto de cobardía que no puede ocultarse dentro de una convivencia de pareja en la que el respeto a la integridad física y mental debe ser la expresión de protección que exige la madurez emocional en una relación.  Todas las miserias humanas confluyen en la mente de estos perversos que sobreviven en las aguas turbulentas de la indignidad.  

¿Se imaginará usted perder una madre, una hermana, una hija, en manos de uno de estos monstruos?  No queremos imaginarlo porque en nuestro crecimiento se nos formó en que los verdaderos hombres se enfrentan a hombres.  

El feminicidio es una marca eterna para la familia que la sufre y más aun cuando no hay castigos ejemplarizantes para que la familia sea una verdadera institución de convivencia pacífica y escuela de principios morales y cívicos.  Desde esta columna rechazamos los feminicidios y a sus autores que siempre sentirán las voces vivas de sus víctimas y no podrán nunca saborear la miel de la libertad espiritual en sus conciencias.  

El consuelo que tenemos frente a estos actos de cobardía es que no existe impunidad divina porque no hay triunfos terrenales que puedan superar lo que significa quitar la vida a una mujer, que precisamente es el ser que nos la da al llevarnos en sus entrañas.  Frente a la justicia de Dios, afortunadamente estos perversos no tienen forma de escapar en su simulación, cinismo y la avaricia de presentarse como instrumento de compasión.  

Siempre tendrán sobre su cabeza un código escrito en la verdad que dice: “el que mata a una mujer vagará en las tinieblas de la oscuridad, buscando el perdón que no existe para los cobardes”.

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