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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Bach

En su niñez de nada sirve prohibirle que toque la valiosa colección de piezas para órgano de su hermano. Se levanta de noche a copiarlas, a la luz de las velas, trepado en la estantería donde son guardadas. Cuando su hermano le arrebata las velas, las copia a la luz de la luna.

Y cuando su hermano lo oye tocar la música prohibida y lo despoja con crueldad de las copias logradas con tanto sacrificio, tampoco sirve de nada. Johann Sebastian Bach llega a ser -inevitablemente- el gigante incomparable de la música, creador de “La Pasión según san Mateo” y la monumental “Misa en si menor”.

En efecto, la música ha estado en Bach desde su infancia. Miembro de una familia de músicos alemanes del siglo dieciocho, es el más ilustre por su genio y espiritualidad. Todos los refinamientos de un virtuoso brillan en su famosa obra: misas, motetes, salmos, oratorios, fugas y preludios en que manifiesta su febril entusiasmo.

Durante mucho tiempo la música es para él una inclinación especial a la que se lanza con todo el placer de la creación, con la alegría del enamorado.

No solo puede regalar a la posteridad multitud de partituras excelentes, sino que le es dado procrear y mantener dignamente, gracias a sus servicios como organista de una iglesia, a veinte hijos de sus dos matrimonios.

Ochenta años después de su fallecimiento, Bach es conocido del público, no antes. Y en el siglo XIX es cuando se le estima como el maestro excelso que hoy admiramos.

Convencido con toda humildad de que nada tiene, sino lo que Dios le ha dado, aun sin merecerlo, impregna de entusiasmo su incomprensible fecundidad. Con ese vigor compone sus misteriosas armonías musicales y poéticas de suprema belleza, la ciencia de la escritura, la riqueza de la inspiración, la audacia del lenguaje armónico y la elevada religiosidad. San Pablo valora esta virtud cuando aconseja a Timoteo: “Aviva el fuego del don de Dios que está en ti”.

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