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DE LA MISMA TINTA

La corona invisible

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Franz B. Comarazamy F.Santo Domingo

Imaginen si en nuestro país existieran los títulos nobiliarios. Puede sonar algo descabellado en una isla tan sui generis como la nuestra, en la que esas concesiones solo se limitan a las páginas de las revistas, y a los sucesos y celebraciones que se evidencian en los antiquísimos linajes europeos.

Lo cierto es que, si nos detenemos a observar a nuestros demás familiares, amigos y conocidos, nos damos cuenta que no solo en sus casas, sino también en las nuestras, nos manejamos como parte esencial de una jerarquía familiar que no se aleja tanto de las características conferidas a la nobleza.

-¿Cuántos de nosotros no tenemos en casa a una reina, a un príncipe o a una princesa? Tal vez esas sean las distinciones más comunes pero hoy le toca el turno al rey, es decir, al padre.

Ser padre no es tarea fácil. El hecho de engendrar supone el inicio de un camino infinito que a veces desestimamos y no valoramos en su justa medida. Nuestros reyes, con el paso del tiempo y sin dar lugar al descuido, han vencido la arcaica tradición en la que solo se reconocía como deber y obligación, satisfacer necesidades y proveer el sustento dentro del núcleo familiar. Hoy día, la realidad es otra.

Los padres han comenzado a girar en una nueva dimensión estableciendo poderosas e interesantes conexiones emocionales con los hijos. Junto a la madre, participa de manera equilibrada en la tarea formadora y modeladora. No obstante, la figura paterna mantiene en sus matices fuertes tonos que, valorándolos desde una perspectiva libre de drama y distorsión, no son más que las actitudes para recrear límites e incitar la seguridad y la confianza en los hijos.

Felicidades a todos los reyes en su día y a los que hoy nos toca abrazar mirando al cielo. Y, en especial, a mi más fiel lector. Gracias por el esfuerzo y la dedicación sin desmayo. Por el trabajo tesonero y el rol asumido sin fecha de caducidad. Por ser orgullo, ejemplo y guía, dejando en nosotros huellas profundas y valores perecederos. Por siempre velar por nuestro bienestar y cuidar con celo la realización de nuestros sueños. Al que le sirva la corona, que se la ponga.

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