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TIEMPO PARA EL ALMA

“Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme”. Salmos 17 (16): 8.

Esa necesidad de protección ante lo que va más allá de nuestras fuerzas y ante todo aquello de lo que no tenemos control; es ante esa necesidad que nos estrechamos con la figura paternal de Dios. “papá Dios”, “señor mío”, “padre amado”, el nombre de Dios cobra un sentido entre lo divino y lo humano. Más allá de su concepción creadora, lo vemos así, como a un padre o a una madre que nos abraza que nos ama con amor puro y verdadero, para quien somos cada uno de manera particular una hija o hijo predilecto -la niña de sus ojos, dice el salmista- , que nos conoce como nadie, que nos llama por nuestro nombre y a quien el sonido de nuestra voz le resulta entrañablemente familiar.

Es la figura de Dios, lejos del castigador que tiene sus ojos puestos sobre nosotros para tomar la vara al menor fallo; Dios no es así, lo he vivido y sentido en la intimidad de mi oración, en el silencio de la soledad, en cada pequeño logro de mi andar. ¡Dios es amor! No hay que esperar al momento de vulnerabilidad para sentir su amor exclusivo y su protección.

Dios está siempre para mí y para ti, sus hijos amados, en quienes se complace.

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