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Un gigante con pies de barro

“Olvidar el pasado es correr el riesgo de dejar el futuro indefenso”.

Félix Pita Rodríguez.

Semanas antes y en plena faena del proceso electoral de mayo de 1978, el doctor José Francisco Peña Gómez, me designó para visitar al doctor Rafael Abinader, en su residencia, para proponerle que sumara los votos de la Alianza Social Dominicana al Partido Revolucionario Dominicano, sin condiciones. Yo era casi un muchacho pero trabajaba directamente con el líder del PRD, quien me había dado grandes responsabilidades en aquella lucha desigual contra el continuismo en el poder, incluida la dirección del programa, Tribuna Democrática, toque de queda al mediodía del país ansioso de lograr un cambio político. El doctor Abinader me recibió de inmediato, señalándome que el doctor Peña Gómez lo había llamado para comunicarle, que yo iba para su casa a tratarle algo de suma importancia para el destino nacional. Al expresarle la propuesta de Peña Gómez, Abinader me dijo que apoyaba de alma y corazón el triunfo de Antonio Guzmán, sin ninguna condición a cambio, y que le dijera a Peña Gómez, que frente a la amenaza de compra de votos en las mesas electorales, práctica usual de los procesos fraudulentos, él sugería que se orientara a los perredeístas expuestos a esa compra, para que votaran por la Alianza, burlándose de la operación montada de restar votos a Guzmán aprovechando la miseria extrema de muchos votantes, sin conciencia política sostenida y a expensas de sus carencias y necesidades.

Muchos votos de simpatizantes perredeístas se depositaron en la boleta de la ASD, mientras le entregaban la boleta blanca a quienes se la compraban, garantizando la victoria de Guzmán. Hago memoria histórica para recordar que todos los procesos electorales después de la muerte de Trujillo no han estado exentos de maniobras fraudulentas.

No hubo unas elecciones más definidas y condicionadas para garantizar la permanencia del doctor Joaquín Balaguer en el poder, que las efectuadas el 16 de mayo de 1978. Las fuerzas reeleccionistas de entonces enloquecieron a las Fuerzas Armadas y a la Policía, convirtiendo a sus efectivos en militantes fervorosos de la reelección, saliendo a las calles con banderas coloradas en las puntas de sus fusiles. La Junta Central Electoral estaba dominada y controlada por las huestes reeleccionistas. “La Cruzada del Amor”, presidida por una dama decente, sirvió para promover el mayor despliegue de populismo y asistencialismo, que atrajo a cientos de miles de votantes, identificados con el presidente Balaguer, práctica hoy perfeccionada en grados insuperables, frente a una oposición excluida de competencia en esos menesteres.

El PRD no contó con ninguna asesoría publicitaria. Sólo en las últimas semanas de campaña, logramos que unos publicistas puertorriqueños nos asesoraran por unos días, enviados por el líder independentista Rubén Berrios, a petición de Peña Gómez y Hatuey Decamps.

La radio y la televisión tenían anuncios y cantos gregorianos, que decían que el presidente Balaguer era la paz, cada cinco minutos, mientras Guzmán apenas aparecía en uno que otra propaganda improvisada. En los caminos de la República nos detenían, nos vejaban, provocaban a don Antonio Guzmán, detenían a muchos compañeros intimidando a nuestros simpatizantes.

El PRD no tenía dinero, apenas colaboraciones dispersas y los propios soportes económicos de don Antonio y algunos empresarios, cuya contribución era tímida en extremo. La tesis de que solamente a un loco se le ocurriría pensar derrotar al presidente Balaguer en esas condiciones, era literalmente correcta, pero el azar es inescrutable como los designios del Señor.

Los resultados electorales fueron abrumadores, todos conocemos la interrupción de los cómputos y las maniobras de un sector militar para desconocer la voluntad popular. En la actualidad la reelección parece invencible. Pero puede ser un gigante con pies de barro. Tienen sus propagadores todos los recursos del Estado para avasallar, pero no son invencibles.

Como en 1978 podría darse un fenómeno popular de proporciones inmensas, de rechazo al continuismo, de sanción crítica al control de una especie de dictadura institucionalizada. Puede haber una respuesta del hartazgo nacional.

Puede producirse una reacción nacional que cuestione todo este orden injusto que amenaza prolongarse indefinidamente.

Puede fluir una corriente democrática amplia que postule la transición democrática en el 2016 y que visualice en Luis Abinader esa transición, de la misma forma en que fue visualizado Antonio Guzmán en 1978.

Aquí la lucha no es entre las fuerzas tradicionalmente enfrentadas (PLDPRD- PRSC). Ese cartel político ha perecido engullido por el populismo desenfrenado, todos son iguales para fines prácticos. Ahora no hay programas ideológicos ni sociales, sino una búsqueda de permanencia en el Poder como garantía de supervivencia y dominación absoluta. Frente al deterioro institucional, Luis Abinader se puede convertir en un fenómeno político de consenso social. Su discurso es amplio y convincente. Él representa esa transición democrática que el país está requiriendo.

Él es el oxígeno político del cuerpo social dominicano. La alternativa vigorosa de varias generaciones de dominicanos y dominicanas que perfilan en sus sueños y aspiraciones, la llegada de una sociedad ética y justa.

La utopía es rotatoria y cíclica, cambia de apoderado, pero sigue enseñoreada en la mente de los hombres como algo digno de desearse y luchar por ella.

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