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EN PLURAL

Despertando la memoria

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YVELISSE PRATS-RAMÍREZ DE PÉREZSanto Domingo

(A: Carmen Heredia Guerrero)

Hago una pausa en la serie En Plural que escribo sobre Gobierno Compartido, y dialogar con los recuerdos.

Soy poco dada a mirar hacia atrás.

Viviendo en el trepidante mundo del AHORA, el mío, el de los otros, el de este país y sus embrollos, son los recuerdos de otra persona, ella si memoriosa, que despiertan los míos.

En “Personajes y calles de mi vieja ciudad”, Carmen Heredia me ha devuelto un pedazo de mi vida, engavetada en un rincón laberíntico de mi cerebro.

En el tapiz tejido con vívida y convincentes imágenes, traducidas en un pulcro vocabulario, esta serie de estampas capitaleñas se empezó a publicar hace dos sábados en el suplemento AREITO, del matutino periódico Hoy y lleva por tanto, dos entregas que ojala que se prolonguen indefi nidamente.

Se recupera en estas crónicas, Carmen, con precisión, azoriniana, yo con un estremecimiento de nostalgia, la ciudad, la gente que hace 5 o 6 décadas, eran nuestro universo.

Desperezándose, mis recuerdos han ido brotando, se convierten en emociones, más lentas, menos diáfanas no en vano soy más vieja que ella.

A mí, lo que narra Carmen, lo que describe casi con lupa; su primer vecindario, su hogar, las tertulias paternas, la música que domina la escena, a través de los pianos vecinos, los discos de óperas atesorados por su papá y su abuelo, me produjeron en cascadas, evocaciones propias: los discos, por ejemplo, se tornan en mi casa en libros por montones.

La primera casa que recuerdo haber vivido, en la calle 30 de Marzo, antes José Dolores Alfonseca, con un patio grande, y una mata frondosa de caimitos, en cuyas ramas una cotorra chillaba cosas incomprensibles.

Vecinos, de un lado, los padres de Guaroa Liranzo, del otro, las hermanas Guiliu, de origen francés y de quienes nunca más supe.

La tertulia de don Mariano semeja la que en mi otra casa, en la calle Las Mercedes 104, altos, se efectuaba diariamente.

Tengo con sus “habitués” ya muertos, y con sus descendientes, la deuda impagada de revivir esos encuentros de cultura y de solidaridad: Carlos Sánchez, Sánchez, Cundo Amiama, Virgilio Díaz Ordóñez, los doctores Luis Valdez y Fco. Moscoso Puello, Andrés Avelino (padre) Fabio Fiallo, antes de irse al exilio, Pedro Mir y Juan Bosch.

Yo no tuve un hermano, era hija única. Carmen Heredia nos cuenta sus paseos, sus experiencias, acompañada de Mario, el suyo, me acuerda mi soledad de niña enfermiza, consentida. Pero ambas respiramos el mismo aire de prudencia y temor que imperaba en los años de dictadura; a ella, y a su hermano, les eximieron de ir al colegio, porque Trujillo llegaba al vecindario con toda su parafernalia acompañado del Dr. Castroviejo a chequearse la vista. A mí, la advertencia de mamá de no contar lo que oyera en la tertulia.

Me detengo. Este En Plural se vuelve introspectivo, no es ese mi propósito, aunque quizás, Carmen Heredia sí se propone con sus crónicas convertirse en algo más que una buena narradora, como es ya excelente crítica de arte.

No lo sé, no voy a preguntárselo, respeto la privacidad de quien reivindica su herencia germánica y defi ende fi eramente sus derechos a ser, a pensar y actuar, sin inspectores ni censores.

Sin embargo, me permito una hipótesis.

Carmen, ¿queriendo sin querer?, está suministrando un revulsivo, envuelto en añoranza, a una enfermedad nacional: la falta de memoria histórica.

Amenamente, con anécdotas agridulces, paisajes citadinos y familiares de un siglo ya distante, vamos armando el crucigrama, ese que no aparece todavía resuelto en los libros de historia esa que tienen que aprender a descifrar los jóvenes porque la historia es maestra de la vida.

A mí me sacó de mis afanes políticos, de mi obsesión de mantener a Peña Gómez vivo, y me internó en ese tiempo que tiene dulzor familiar, pero que fue terrible en la 40 y en Nigua.

Ese mismo temblor de conciencia puede reproducirse en otros que irán atisbando en Areito, mirando por los postigos de la morada de Carmen, paseando en la calle El Conde, con ella y su familia al percibir el latido más apresurado y miedoso de un corazón de niña, cuando el “cepillo” de los “caliés” rondaba la calle, o al oír el susurro preocupado de los padres si algún amigo faltaba a la tertulia, a cualquiera de las dos, la de mi casa, o la de la suya.

Recuperar la memoria histórica de los dominicanos, es fortalecer nuestra identidad, sin estridencias patrioteras.

Gracias, Carmen Heredia, amiga querida.

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