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Hacia la calidad y dignidad en la salud

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha construido a los ministerios, secretarías y oficinas responsables del manejo de la salud de las naciones del mundo en colegas y socios del proceso y gestión informados de la salud y la salubridad.

Impulsa un esfuerzo global y coordinado tendente a imprimir calidad y dignidad en los servicios públicos de salud, aportando a los aparatos nacionales las herramientas, técnicas, oportnidades, acompañamientos y saberes que les permitan regir y regular eficientemente el sistema de sanidad, y hasta producir mejoras y soluciones.

La salud es un tema cardinal en el logro de la llamada sociedad del bienestar porque sin salud no hay bienestar posible. Un bienestar que debe derramarse sobre servidores y usuarios y que, desde el punto de vista social, trasciende el mercado, a cuyos habitáculos se ha pretendido confinarlo.

Dado que lo más preciado es la vida, preservarla y mantenerla en niveles óptimos constituye la razón de ser de toda acción racional humana: individual o social. Nada vale o importa sin salud.

La República Dominicana asiste al reto y a la aspiración pública y ciudadana de consolidar su sistema de salud. El reclamo está por doquier. El interés, también. Los esfuerzos se hacen evidentes.

Esperanzados en avanzar sin demora en ese tramo, hace ocho meses que el Ejecutivo designó nuevas autoridades en el Ministerio de Salud Pública y emitió el decreto-puente 379-14 para descentralizar la gestión pública en salud, creando la Dirección General de Coordinación de los Servicios de Salud.

En el Senado de la República, el proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados para crear el Servicio Nacional de Salud fue aprobado en segunda lectura y será ley cuando se promulgue.

En tanto se produce la rearquitectura de lugar, prevalecen escollos e impedimentos para que el servicio de salud público se caracterice por la calidad y la atención digna, humana y solidaria.

Escollos nutridos por la cultura laboral de médicos, enfermeras y personal paramédico de los hospitales al punto que diferentes gestiones de salud han sufrido la imposibilidad de avanzar cualitativamente con médicos especialistas que no cumplen sus deberes laborales en sus respectivos centros de salud.

Se sabe ócon doloró lo tortuoso que generalmente resulta ser atendido en un hospital público. Allí la carencia de calidad y el “no me importa” es la anfitriona sórdida: recibe a enfermos y pacientes y los sienta por insufribles horas para que en cada punto de la atención (ante enfermeras, personal administrativo, de paramédicos y médicos) sufran hasta el borde de la agonía.

En otras palabras, los nacionales a quienes van dirigidos los servicios de salud no reciben trato digno ni humano ni solidario.

Por décadas se ha alegado la necesidad de aumento de sueldos. Un discurso que une el presente a lo inmemorial. Incrementados los sueldos en muchas ocasiones, incorporados más médicos, enfermeras y personal a los hospitales, construidos y equipados modernísimos centros de salud, el servicio no cambia, la calidad del servicio de salud no mejora.

Cuando el gremio médico y sus cohortes paralizan los hospitales y niegan atención a miles de ciudadanos ya, por sí, vapuleados y zarandeados por la pobreza y la exclusión, la sociedad se solidariza con ellos, nosotros nos solidarizamos con ellos, los pobres que desatienden se solidarizan con ellos.

Y una vez logrados los aumentos y conquistas laborales, en brevísimo tiempo muchos médicos, enfermeras y personal paramédico retornan a ese hórrido hábito de ausentismo, a la desidia tristemente comparable con los sepultureros del acto V del “Hamlet” de Shakespeare: la insensibilidad ante el sufrimirnto ajeno.

Recientemente, la señora querida que me atiende en casa por esa desgracia suya de la pobreza y esta dicha mía de poder pagarle me dijo que su hija atestiguó cómo una paciente abofeteaba a una enfermera en un hospital. La paciente no resistió más espera ni ultraje por su dolencia; no pudo más con su agonía ignorada y ofendida. No soportó más ser transparente para las enfermeras que estaban allí, prepotentes como suelen estar, groseras como suelen ser, aburridas e indolentes como generalmente se comportan ante los urgidos de los servicios de salud que la sociedad, a través del gobierno, quiere dar a los más necesitados.

Escenas de una tragedia sin nombre. Un aquelarre, allí donde los pobres se extraen las vísceras entre sí. ¿Los responsables? El grupo corrompido hasta el tuétano. Hablo de quienes no brindan el servicio por el cual el gobierno les paga con los fondos públicos. Eso es robar al pueblo dominicano.

En quien suscribe los médicos siempre han tenido un defensor de su causa, pero no tendrán a un confabulado con esas felonías hechas contra gente indefensa, riquísimos de toda carencia y, en los hospitales públicos, hasta carentes de compasión y amor.

Ese grupo quiere estar a las 11:00 am en sus consultorios, ordeñando las vacas que su desatención preña; consultado a la población que opta por quitarse el pan para gastar del bolsillo. Así empujan a la pobreza a centenares de miles de clases media y media baja, como denunció la OMS. Los hospitales son su oportunidad de adquirir clínica. ¡Deberían pagar por trabajar en los hospitales!

Esa cultura de la irresponsabilidad, de la insensibilidad ante el sufrimiento de los más pobres y de egoísmo a ultranza en los servicios públicos de salud no es compatible con la ética ni con los objetivos del Estado en el sector salud. No hay ética en quien no cumple deberes. No merece respeto ni aprecio quien irrespeta y desprecia a los débiles.

Es hora de que el Ministerio de Salud Pública, el CMD, las asociaciones de enfermeras y de personal paramédico hablen al respecto; que desarrollen políticas y normas tendentes a elevar la calidad del servicio de salud y hospitalario. Especialmente ahora cuando el Servicio Nacional de Salud está facultado por ley para trabajar por el logro de estos objetivos.

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