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EL CORRER DE LOS DÍAS

El insecto agradecido

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Según un proverbio chino de experiencias jainistas, todo insecto que salves o que trates con cariño se convertirá en tu insecto agradecido, por eso me he dado cuenta, recientemente de que sentarse a pensar puede ser un ejercicio de liberación y de que en cada sentada vienen a ti nuevas ideas, y aprendes novedades insertas en lo que el pasado te ha permitido acumular. Pero pueden llegar también inocentes insectos que buscan de algún modo tu cariño. Pero también pueden llegar insectos a los que les has perdonado la vida. Ahora, en vez del veneno comercial que mata y destruye una naturaleza de la cual no soy el creador, uso repelente suave, feromonas artificiales que incitan a la huida cuando no deseamos que se hinque en nuestro cuerpo la punzada infecciosa. El pensamiento dirigido es como una balanza espiritual, y es muy posible que pensando hagas un viaje imaginario, no dirigido, que pueda sorprenderte. Entrarías en la fauna y la flora de paisajes inventados, pero tu pensamiento necesita un blanco, ya sea un caballo, una hormiga, una flor, una antigua sombra en búsqueda de luces. O tal vez algo parecido al insecto en que Gregorio Samsa se transforma atosigado por la falta de libertad. Un insecto grande y sin posible descripción científica, porque es el que el escritor concibió para despojarse de la angustia. El fabuloso insecto que ninguno de los cientÏficos del vuelo han podido describir y nominar luego. Los insectos copian parte de la vida de quienes los admiran. Se dice que son capaces de guardar un recuerdo humano y que hay evidencias de que la vida que vibra para conformar las especies, es igual a la nuestra y que en esa vibración están las mezclas vaporizadas de todos los seres vivientes. A varios amigos les he narrado, con espíritu de orientalista, el caso del insecto que posándose en uno de los altoparlantes de mi ordenador, se me apareció en un “de repente” mientras escribía casi como un sonámbulo mirando desde mi ventanal las arboledas lejanas que todavía persisten en hacerse notorias como entorno móvil y ancho desde donde oteo crepúsculos y mariposas simultáneamente. También nubes, relámpagos y misterioso fulgores de luna llena. Miré detenidamente sus antenas y las vi moverse suavemente mientras con una insistencia de telescopio iban captando, distancias y con ello ruidos, tal vez estrellas, o la música pitagórica de las esferas. Me asombré de su calma alada, y entonces acercándome al mismo, con mirada entre soñadora y microscópica, como la de los poetas, descubría rayas transversales en sus alas siempre temblorosas, especie de marcaje que de manera mínima “vociferaba” y descubría su vitalidad poblada de un silencio con ansias de fonética imposible ¡Un insecto en mi computadora! ¡Acaso buscaba letras sumidas en el silencio creativo de mis manos! ¡O tal vez medía con sus élitros la distancia que afloraba desde mis cristales! Lo perdí de vista cuando me levanté para un desayuno cargado de pastillas e inyecciones que también son parte de mi dieta. Lo dejé dentro de su ensoñación que era la mía. Pensé en Kafka por algunos momentos, lo mismo que en Linneo clasificando mariposas distantes. Ya en los finales del siglo XVIII la más bella y sensual de las mariposas, la llamado Monarca, había determinado su reinado “lepidopterico” gracias a la descripción admirativa del sabio. Un sábado casi judaico y sentado frente al desayuno vi algo que volaba y se posaba en un frasco de mermelada. No, no era el insecto de días anteriores. Entre en mis lecturas actuales he tenido presente los libros asombrosos de Rupert Shelldarake, el químico inglés que plantea que cada especie se repite, con sus cambos, no tanto en la genética como en una memoria universal parecida a la que Carl Jung llamara “arquetipo”. En las ideas de Shelldrake los arquetipos existen como memorias biológicas que los miembros de la naturaleza, desde los cristales que varían con la temperatura para repetirse, hasta las células de todos los que participamos con nuestras vidas en el enorme proceso de la repetición de esa memoria. En fin, cada ser terrenal tiene su base formativa en esa memoria capaz de ir superando espacios genéticos y produciendo formas variadas con una plantilla universal que nos repite y nos cambia cuando los fallos genéticos no responden a la normalidad. Recordé un texto italiano del siglo pasado en el que su autor habla de le memoria celular, confinada en cada célula para hacer lo que la misma debe hacer casi sin equivocarse. Es lar razón por la cual una célula de las pestañas o del hígado nunca podrá ser parte de la del intestino grueso o la pupila, porque las células solo tienen el derecho de integrarse en la totalidad cumpliendo las funciones para las cuales han sido creadas. Con estas ideas en la mano, en la mente, pensé que volvería a ver un día al insecto de la computadora, y que me sería fácil reconocerlo. Llegué entonces a pensar que era mi insecto jainista, a que le perdoné la vida. Tenía en mis adentros su forma, el color ámbar de sus alas pequeñas, la decoración color sombra de las mismas, y el movimiento suave como de brisa sobre a sus antenas diminutas. Algo en la naturaleza que no era precisamente la genética se movía como se mueve la electricidad en el universo conformando el mismo plan de vida de cada especie. Es bueno que al pensar desarrollemos la imaginación, porque hace apenas horas, sobre una de las bocinas de mi computadora apareció un insecto luminoso. Era de noche, y se trataba de un cocuyoÖ Ahora no tuve otra razón que la de pensar que lo que vi tenía nacencia original en aquel pequeño insecto volátil y entonces indefinido conformando la vida temprana de un animal que ahora, habiendo crecido, en las noches, pese a la deforestación de la vida y de los sueños, parecía un pedazo de pasado que había crecido para mostrarme su identidad divina como la encarnación de un cocuyo. No sé como es el camino de un insecto que de improviso llega siendo otro luego de ausentarse para esconder los caminos de su crecimiento. Volvía para agradecerme el haber pensado en la magia de todo lo que existe. Para mí fue, tal vez aún lo es, un mensajero de algo o de alguien desconocido.

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