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VIVENCIAS

Llorar la propia muerte

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

Un día inacabado es aquel que no tiene sentido y evoca situaciones, en las que nada importa para el sujeto carente de emociones. Una angustia sin precedentes se instala en la mente del pobre de carácter, haciéndolo presa fácil de unos supuestos que no tienen valor alguno, que no sea el de utilizarlos para esconder las faltas de una inapropiada conducta. En esa vorágine de afectaciones temporales, salen a relucir todas las imperfecciones que gobiernan el alma de una persona seriamente afectada por los remordimientos que le esclavizan. Un vaho de tristezas acumuladas, marca un destino poco auspicioso para un ser, en que la condena a un ostracismo repercute en cada instante de su existencia. La falta de un espíritu combativo impide emprender nuevos retos y el fantasma del fracaso sacude con la fuerza de un huracán, golpeando iniciativas que no encuentran lugar de reposo en ninguna parte porque han muerto todas las emotividades por la saturación de la desidia y el cansancio. Ahora llega el anuncio inesperado de la muerte, produciendo una crisis tan severa en el entramado del penitente, que lo acorrala y gimiendo de dolor piensa en una vida sin retorno. La muerte ha hecho estragos antes de que se produzca, pensando aquel, que estaba ajeno a ella, que ya no habrá más oportunidades para lograr otras conquistas en las que nunca tuvo cabida lo espiritual. Llora su muerte y desconsolado, ve un ataúd, en el que rodeado por sus cercanos, nadie está compungido, solo en espera de llevarlo al sitio final donde descansará en “paz”. En este momento irrumpe en llantos y ya nada es igual, quedando la soledad como única compañía.

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