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No son culpables por ser “gays”

Los humanos hemos construido aparatos ideológicos, incluyendo una ética, para lograr objetivos grupales o propios. Educar sobre ellos, su praxis y resultado contribuye a orientarlos al bien común. Esos dispositivos se entronizan en la mente por medios irracionales hasta hacerse fundamento de conductas y actos. Adquieren función de auto validación y auto justificación. Son creados, generalmente, con informaciones parciales o reductos de mitos o “valores” morales. Cuando se extreman, tienden a “cedacear” personas, fenómenos y procesos. En el peor caso, a hacerlos objeto de violencias que van desde el intento de dominio a la esclavitud y la muerte. Los fundamentalismos ideológicos justifican poderes, reinados y tiranías sin tomar en cuenta su justeza. Avalan por igual la democracia o el ejercicio de la fuerza. Tal práctica no hace serio a alguien. Las monarquías cristalizaron amparadas bajo un largo proceso de validaciones, emanadas de las fuentes morales de entonces. En la biblia y las mitologías existen casos ilustrativos de cómo los triunfos militares no terminan en poder real sin la validación deísta, la expresión de la voluntad de dioses comunicada por sacerdotes y oráculos. Ningún poder ni líder pre moderno o moderno ha sido capaz de prescindir de la ratificación moral o ideológica. Las monarquías, luego de luchar contra el papado, terminaron con un civilizado concordato para argumentar el derecho consanguíneo. Benito Spinoza lo echó a tierras con su “Tratado Teológico Político” y creó las bases de una sociedad política que se basaría en el contrato social. El texto, de un sondeo histórico profundo, establece el rol de los ejércitos en la conquista y sostenimiento del poder. Y propone formas más civilizadas que las guerras para la instauración y sostenimiento de la sociedad política, aportando al germen de las monarquías constitucionales y, de esta, a la democracia o la república. Esa realidad de las fuentes del poder hace que el libro más importante de Macquiavelo no sea “El Príncipe”, como se considera, sino “El arte de la guerra”, pasmosamente poco mencionado por los políticos actuales. La historia de Occidente y del mundo da a Macquiavelo, bajo esta perspectiva, un lugar permanente. Su “El Príncipe” es la cara seductora de un poder basado en la coerción, la guerra, la preservación o seguridad y la expansión o conquista. Esta noción de poder real se subestima en la “real politic”, en los entramados y análisis de la política internacional. Ver la política como expresión de la economía, como la concebía Marx, no puede conducir a ignorar el sustento militar del poder. Este tiene la capacidad de hacer realidad el empoderamiento, superando el de los aparatos ideológicos, como la política y la ética; y el de los convencionales, como la economía y los doctrinarios. Sin embargo, el desarrollo de las ciencias impide la perdurabilidad de ideologías y socio narraciones porque las somete a verificación racional. En ese espacio, las ideologías y las éticas, como modeladoras del relacionamiento entre individuos y grupos, carecen de valor: los hechos y saberes se encargan de demostrar temprana o dilatadamente el objetivo real de las conductas y actos de los actores individuales, colectivos, institucionales, vinculantes o no a la administración de la sociedad política. Bajo preceptos bíblicos y arrojados por la experiencia, al humano le es consubstancial la incapacidad para la justicia. La razón es simple: atiende, antes que todo, a sus propios fines, echando mano, para usufructuarlas, a ideologías, discursos “éticos” y vínculos troncales; instala un utilitarismo sobre las instituciones y las personas que la verdadera ética, la dignidad humana y la modernidad rechazan y no aceptan. Por eso las ciencias, un resultado moderno, aguijonean la posibilidad de acreditar a ese tipo de ideologías y éticas construyendo saberes y denunciando la realidad oculta tras simulaciones y discursos. Es lo que ocurre hoy a los “credos”, “ideologías” y “valores éticos” que segregan a homosexuales. La publicación en línea realizada anteayer por la revista “Medicina Psicológica” expone resultados capaces de establecer bases biológicas predisponentes en la homosexualidad masculina. En el estudio participaron equipos de psicología, psiquiatría y ciencias del comportamiento de universidades de Illinois, NY, Pensilvania, Colchester (Reino Unido) y Florida. Concluye que la presencia de una región del cromosoma X identificada como Xq28 puede ser un factor predisponente de la homosexualidad en varones. Se partió de estudios de gemelos de familias que habían aportado evidencias parciales sobre “una contribución genética al desarrollo de la orientación sexual en los hombres”, a pesar de poseer datos contradictorios sobre la vinculación con el cromosoma Xq28. Luego se realizó un “análisis de ligamientos del genoma en 409 pares de hermanos homosexuales independientes (908 individuos analizados en 384 familias), la muestra más numerosa hasta la fecha”. Se encontraron dos regiones vinculadas con el Xq28: a) “la pericentromérica, en el cromosoma 8 (LOD máximo de dos puntos = 4,08, máximo multipunto LD = 2,59), que se solapa con la segunda región más fuerte de una vinculación de exploración independiente anterior de 155 pares de hermanos”; y b) “la Xq28 (LOD máximo de dos puntos = 2,99, máximo multipunto LD = 2,76), que también fue implicada en la investigación previa. Vínculo que demuestra la existencia de genes en el cromosoma 8 y pericentromérica en el cromosoma Xq28 capaces de influir en el desarrollo de la orientación sexual masculina”. El hallazgo presenta a la homosexualidad como un resultado orgánico, natural, y quita valor a todo precepto ideológico, religioso o ético esgrimido para aislar, rechazar y denostar a los homosexuales.

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