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EL CORRER DE LOS DÍAS

Lebrón Saviñón, a la altura de los grandes

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Mariano Lebrón Saviñón, cuya obra literaria y cultural es tan densa como necesaria para conocernos como pueblo, acaba de fallecer a los noventa y dos años de edad. Monumento del saber universal y dominicano, era el prosista ideal del siglo XX. Sustentado en sus conocimientos médicos, su profesión original, escribió ensayos memorables. Su obra dominicana es tan meritoria como la de Pedro Henríquez Ureña, con la diferencia de que Mariano fue un escritor de un abanico mayor de temas que el maestro a quien admiramos. Fino sonetista, quizás de los únicos con un manejo del endecasílabo que sus admiradores hubiéramos querido imitar, (pensamos también en “Sonetos a dos manos”, de Ciriaco Landolfi), numerosos de sus escritos sobre cultura dominicana se recogen en densos volúmenes que son obligatoria fuente de consulta donde lo histórico y lo memorial tienen un asiento para otear el denso panorama del pensamiento dominicano en un libro que tituló Historia de la Cultura Dominicana. Poco a poco sus obras han salido a la luz grabadas por sellos institucionales, los que como sabemos, no propician una difusión correcta en la mayoría de los casos, porque los libros siguen siendo en nuestro país adornos de bibliotecas y materia prima de sobacos ilustrados del que camina por nuestras calles hasta que la obra cae “muerta” en los tarantines de objetos usados de nuestros zaguanes. Mariano fue junto a Alberto Baeza Flores el verdadero creador del movimiento de La Poesía Sorprendida, aunque luego abandonara sus filas por razones personales. Como director varios años de la Academia Dominicana de la Lengua, dio vida a la misma en un momento en el que parecía desfallecer. Conocedor profundo de los clásicos de nuestro idioma, sentarse a conversar con este maestro del lenguaje culterano y florido era deleitarse con conocimientos que parecían vividos y no leídos, no se percibían como un acopio, sino como el terreno de una memoria que de improviso se manifestaba recitando textos completos para hacer posible la comprensión. Escribía a mano. Yo, en mis años iniciales tuve la suerte de ver su letra grande y dibujada, como de estilista de los viejos pergaminos. Letra trazada que era como un homenaje a la grafía. En aquellos años finales de la década del cincuenta, Mariano era , ya, como su padre José Lebrón Morales, un cultor de la metáfora que tanto brillo dieron a la Poesía Sorprendida Rafael Américo Henríquez y Franklin Mieses Burgos. Fue siempre generoso, no consideraba vano gastar su precioso tiempo ayudando a los jóvenes, corrigiendo textos a veces insalvables; era también un médico del idioma para enfermos del escribir. Creo que gozaba siendo maestro a toda hora, lo fue toda la vida en los lugares académicos donde transcurrió su vida dedicada a la pediatría, a los clamores de sus dioses interiores. Creo que la obra magistral de Mariano, (éramos en el fondo prisioneros de su saber) debería recogerse con un gran estudio revelador de sus grandes ensayos. Si hubo en la cultura dominicana del siglo XX un verdadero representante de un Renacimiento moderno, estuvo representado por la labor en muchos campos de Mariano. Solo salió del país a reuniones y congresos. Su fuerza creativa está en los cientos de páginas publicadas, y aun más en las escritas siempre a mano de sus archivos personales, ahora familiares. Yo rindo culto a Mariano y le pido a los dominicanos que “aviven el seso y despierten”, para un aquí y ahora, capaz de reconocer nuestros valores historiables; los que desde dentro de nuestras fronteras hicieron una obra esplendente, como es la del maestro Mariano Lebrón Saviñón.

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