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PUNTO DE MIRA

La tragedia de Connecticut

Las balas hicieron callar a esos niños que no tendrán regalos en navidad. La matanza en una escuela de Connecticut es tragedia que nos aflige a todos. Es un baño de sangre que nos mancha la conciencia. Armas vendidas como manzanas. Nuevamente en uso para segar las vidas de criaturas inocentes. El hecho nos hace sentir culpables de protestar con insuficiente brío para que haya mayor control de las armas en el mundo. ¿Qué haremos a partir de ahora? Esta tragedia, esta hecatombe en un recinto escolar, fue en Estados Unidos, pero es como si fuera en cualquier país. Son criaturas del mundo que han sido tronchados como una hoz que siega la hierba y se lleva las ilusiones familiares. Las lágrimas son pocas para bañar este dolor. Cuando llegaron las primeras informaciones, los que tenemos parientes en Norteamérica sentimos cómo el miedo se tornaba en una mano férrea que nos oprimía hasta faltarnos el aire. ¿Qué haremos a partir de ahora? Sabemos que continuará el mercado de armas. Seguirán los amantes de la muerte apoyando la proliferación de estos instrumentos malignos. Los fusiles, pistolas, ametralladoras, son artilugios de aniquilación, pero seguirá la venta. Esa industria y sus canales de circulación del dinero son poderosos señores. Intocables. Tienen leyes para facilitar que cualquiera pueda obtener sus fatales juguetes. La tragedia de Connecticut es enseñanza colectiva. Para que no entren armas a las escuelas se reforzarán los protocolos de seguridad. Mientras tanto, ¿qué haremos con esos padres que apañarán el recuerdo con el frío hueco que deja la ausencia perpetua?

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