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De la depresión al entusiasmo

El martes 6 de noviembre bajé a un nivel depresivo que, afortunadamente, pude controlar gracias a la experiencia de los años que enseñan a nadar y guardar la ropa. Ese día fui a solidarizarme con la protesta frente al Congreso Nacional. No desfi lé, sino que esperé, quedándome rezagado porque cada cual tenía su parcela y no quería identifi carme con partido político, grupo sindical ni cosa parecida. Me llevé gran sorpresa, porque este paquetazo tributario recibió solicitud de enmiendas por parte del Conep, las Zonas Francas, el PRD de Hipólito y el de Miguel, de otros partiditos, los couriers, los sindicatos, excepto los que amarraron su chiva con Danilo, los industriales; en todas las encuestas hechas por los medios, más de un 85% votaron en contra. Prácticamente el rechazo fue general. Entonces, ¿cómo rayos es que solo desfilaron algunos cientos de personas? Salí de allí preguntándome qué ocurría con este pueblo sumiso, arrodillado, puesto en cuatro patas para que lo violen los políticos. De regreso al hogar tomé el malecón y alcancé ver, bajo una mata de coco frente al Banco Agrícola, a una pareja de homosexuales en amorosa actitud. Entonces recordé que, en varias ocasiones, se han celebrado en esa misma avenida desfi les de “orgullo gay”, participando cuatro y cinco mil homosexuales y lesbianas. Sin embargo, en el grupo de protesta por el paquetazo, no había más de mil personas. Estallé en carcajadas al comprender que ese parangón me dejaba un chistoso mensaje: ¡Estadísticamente, en este país hay mucha más gente reivindicando el derecho a que le den por el trasero, que rechazándolo! Sin embargo, esa teoría se derrumbó y mi optimismo retornó a su máxima expresión el domingo, cuando vi aquella enorme masa joven reunida en el Parque Independencia, no solo reclamando castigo para los culpables del hoyo fi scal, sino rechazando identifi carse con los políticos gastados y sus fracasadas promesas reiteradamente violadas. ¡Hay patria! ¡Hay esperanza! ¡Viva la nueva generación!

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